La historia de las primeras experiencias con paracaídas está llena de testarazos y, por supuesto, se trató de aventuras que solían acabar muy mal. Uno de los mayores problemas de esos primeros paracaídas estaba en la falta de control del vuelo. Al caer, y a falta de válvula superior que permitiera estabilizar la trayectoria, los paracaídas se comportaban de forma muy caprichosa, oscilando peligrosamente y haciendo que, en muchas ocasiones, el aventurero de turno se estampara contra el suelo.
Pensando en este problema estaba cierto día un acuarelista y científico aficionado muy osado. Se trataba de Robert Cocking quien, tan convencido de tener a mano una solución al problema del paracaídas, logró convencer a uno de los más célebres aventureros de su época, el piloto de globos Charles Green para realizar un arriesgado experimento.
A Cocking se le iluminó la bombilla después de haber contemplado el primer descenso en paracaídas sobre Inglaterra realizado por el famoso André-Jacques Garnerin en 1802. Con los años fue madurando su idea original, pero nótese que Cocking no era ni científico ni piloto, así que de experimentar y volar poca idea tenía. Pero no lograba quitar de su cabeza cierta idea que, a su entender, le llevaría a la fama. Durante décadas fue madurando la idea sin descanso. Veamos, a su entender, si los paracaídas oscilaban, era porque tenían forma cóncava. El pintor metido a aeronauta reconocía que las formas cóncavas eran ideales para lograr buen frenado aéreo, pero pensó que, si invertía la forma, evitaría las oscilaciones. Dicho de otro modo, se convenció de que un paraguas invertido sería el mejor paracaídas. Y, así, luchando por ver si las formas convexas serían adecuadas para lanzarse en paracaídas, preparó un ingenioso experimento con globos de papel y pequeños paracaídas de prueba. Las maquetas se comportaron como él pensaba. El paracaídas “convencional” osciló peligrosamente, mientras que su paraguas invertido aterrizó suavemente.
Cocking debió pensar en ese momento que usar pequeños juguetes de tela no era lo mismo que saltar en persona desde las alturas con un ingenio de dudosa eficacia, pero la razón hacía tiempo que se le había nublado por completo. Tan seguro estaba de su éxito, que pasó de experimentar con juegues a pensar en saltar él mismo en persona. Intentaron persuadirlo para que, al menos, experimentara antes con algún animal de pequeño tamaño, pero se negó por completo. Y, al fin, llegado el amanecer del 24 de julio de 1837, un gran globo pilotado por Charles Green alzó el vuelo en la campiña inglesa mientras numeroso público observaba divertidamente la escena. Al poco lo festivo dio paso al horror. Cuando el globo superó los 1.500 metros de altitud, Robert Cocking se acomodó en la góndola que pendía de su “paraguas” en la parte inferior de la nave y cortó las ataduras que le unían con el globo. La gente en tierra comenzó a gritar porque, como puede imaginarse sin mucho esfuerzo, el paracaídas “convexo” de Cocking no sólo cayó a plomo, sino que ni siquiera pudo mantener su forma y se fue desintegrando mientras descencía a toda velocidad convertido en un mar de cuerdas y varillas metálicas. Encontraron el cuerpo sin vida del osado acuarelista en grotesca posición, en una escena que, a decir de los presente, era verdaderamente horrible. La muerte de Cocking fue mencionada por toda Europa y América a lo largo de meses y, por desgracia, los paracaídas cayeron en desgracia durante décadas, hasta que modelos bastante perfeccionados fueron puestos en práctica ya a finales del siglo XIX.
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Fuente de la imagen: El Instructor o Repertorio de historia, bellas letras y artes. Septiembre de1837.
| A partir de un hilo de John F. Ptak |
La loca y mortal idea de Robert Cocking apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 26 septiembre 2013.
via Tecnología Obsoleta http://www.alpoma.net/tecob
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