16 abr 2018

Algunas consideraciones acerca de la “gripe española”

Anuncio publicado en diciembre de 1919 en el madrileño diario El Sol.

Hace ahora un siglo que la mayor pandemia de la historia estaba a punto de dar la cara. Fue en 1918, el año del final de la Gran Guerra y de la célebre “gripe española”. Dependiendo de la fuente que se consulte, se podrá leer que murieron a consecuencia de la enfermedad entre 50 y 100 millones de personas o, lo que es igual, alrededor del 5% de la población humana que habitaba el planeta en ese tiempo. Se estima que al menos quinientos millones de personas sufrieron contagio, siendo la mayor parte de ellos personas en la flor de la vida, jóvenes y saludables, cosa que llama especialmente la atención.

Es ya todo un tópico mencionar que el término “gripe española” nada tiene que ver con que la pandemia se hubiera podido originar en España, cosa que parece descartada. En 1918 el mundo llevaba ya metido de lleno en la más terrible de las guerras vistas hasta entonces, lo que con los años tomó por nombre como Primera Guerra Mundial. En ese ambiente, las naciones beligerantes mantenían una censura férrea de la prensa y apenas permitían que se publicaran datos sobre posibles enfermedades en su bando, no fuera que dieran la sensación de parecer más débiles que sus enemigos. España, como nación neutral, publicaba extensamente en su prensa detalles de todo lo sucedido en la guerra y, cómo no, también de lo que pasaba con la enfermedad y de ahí parece que proviene la denominación de “gripe española”.

Gripe española

Pacientes de “gripe española” en Camp Funston, Kansas, Estados Unidos. 1918. Imagen U.S. Army.

Nuevamente, dependiendo la fuente que se consulte, parece que la pandemia se originó en Asia o Europa del Este, o puede que en ciertos cuarteles militares en Kansas1, Estados Unidos. El caso es que el virus se propagó con suma rapidez y en apenas medio año ya había más de veinte millones de fallecidos por su causa. Ahora bien, ¿por qué fue tan letal el virus de la gripe en 1918? No está claro, se ha comentado en ocasiones que diversas infecciones bacterianas oportunistas pudieron haber tenido algo que ver, sobre todo teniendo en cuenta la mala situación de las tropas o el hacinamiento de los enfermos en hospitales y campamentos, pues entre los soldados en el frente el virus se transmitió de forma espectacular. Sea como fuere, el virus atacó primero durante la primera mitad de 1918, en lo que es conocido como la “primera oleada”. En otoño regresó con más virulencia, manteniendo el “ataque” hasta finales de año. Fue la “segunda oleada”, brutal y letal. La última de las oleadas tuvo lugar en la primavera de 1919, siendo menos importante pero todavía terrible.

La tasa de mortalidad llegó a ser de hasta el 20%, algo que comparado con la tasa de mortalidad habitual de la gripe es asombrosamente alto. Hubo mucha variabilidad en lo que a esa tasa de mortalidad se refiere, en algunos lugares apenas pasó de ser una gripe más o menos normal, mientras que en otros se llegó prácticamente a la desaparición de pueblos enteros. Dada la situación de emergencia, la medicina de su tiempo intentó buscar un remedio con rapidez, pero al no contarse con microscopios electrónicos en esa época no se pudo determinar que el agente infeccioso era un virus (aunque se sospechaba, como bien refiere un texto que he añadido al final de este artículo). Se establecieron cuarentenas y diversas medidas de salud pública, pero se urgía a encontrar un remedio o una vacuna. En los cultivos de esputos de enfermos se determinó la presencia de varios tipos de bacterias (era hasta donde se podía llegar entonces, la virología moderna todavía no había nacido) y se pensó que eran los causantes de la pandemia. El principal culpable parecía ser el que fue llamado como bacilo de Pfeiffer o Bacillus influenzae (Haemophilus influenzae), bacteria identificada por Richard Pfeiffer a finales del siglo XIX. Durante años fue considerado erróneamente como causante de la gripe, hasta que en los años treinta quedó establecido el origen vírico de la enfermedad. Debido a esta creencia, se suministraron todo tipo de sueros y vacunas desarrolladas con demasiada rapidez, intentando frenar la extensión del bacilo de Pfeiffer, lógicamente sin resultados positivos más allá de lograr atajar algunas infecciones bacterianas secundarias. El arsenal médico de la época, destinado a combatir la enfermedad, incluía una abigarrada colección de sueros, antisépticos y fármacos como “sales de quinina, opio y sus derivados, yodo y yoduros, digital y sus derivados, acetato y carbonato amónicos, antipirina, aspirina, entorina, piramidón, esparteína y sus sales, cafeína y sus sales, estricnina y sus sales, adrenalina, colesterina, benzoato sódico, alcanfor, salicilato sódico, novocaína…2

Gripe española

Secretaria protegida con una mascarilla contra la gripe. Nueva York, 16 de octubre de 1918. Fuente: US National Archives.

Comentado lo anterior, creo interesante completar en estas breves notas con algunos de los muy interesantes contenidos aparecidos en 1920 en una guía sobre la profilaxis de la gripe, publicada en España por el Ministerio de la Gobernación, y que tengo delante ahora mismo, acerca de lo que fue la pandemia en tierras españolas:

La epidemia de gripe (…) de 1918 ha sido universal, pues no ha habido pueblo ni raza que no la haya padecido. La epidemiología y la clínica han demostrado que fue igual a las pandemias de 1803, 1833, 1837, 1847 y 1889, pues se desarrolló rápidamente en relación con los medios de comunicación, y ha tenido clínicamente las mismas complicaciones de neumonía y bronco-neumonía, que son las causas principales de la mortalidad en esta enfermedad. La epidemia en España comenzó en la segunda quincena de Mayo; rápidamente se transmitió a las capitales de provincias, y más tarde a pueblos y caseríos, no habiendo quedado lugar de España adonde no llegase en el transcurso del año 1918.

La primera etapa fue benigna, y duró desde Mayo a Julio y, a pesar de su gran difusión en Madrid y otras grandes poblaciones, se señaló por su escasa mortalidad. No obstante, la estadística demuestra que ya hubo un aumento de ésta durante el primer brote (3.184 defunciones de Enero a Abril, y 6.530 de Mayo a Agosto). El segundo brote empezó en la segunda quincena de Agosto con caracteres graves, pues eran numerosísimas las complicaciones pulmonares, y tuvo su máximo de mortalidad en el mes de Octubre, disminuyendo progresivamente hasta el primero de Enero de 1919, en que pareció haberse terminado la epidemia. Durante el año 1919 hubo un recrudecimiento en los meses de Marzo y Abril, y en la actualidad existe otro brote en todo nuestro territorio. El número de muertos por gripe en España desde Mayo, en que apareció la epidemia, hasta final del año 1918, fue de 143.876. Estas cifras son, en realidad, menores que las efectivas, si se tiene en cuenta que no entran en ella las defunciones por neumonía y bronco-neumonía que no llevan el apellido gripal, y que muchas de éstas, que figuran en la estadística, probablemente son de este origen. La enfermedad ha sido más grave en los individuos de veinticinco a cuarenta y cinco años; y así la observación como la estadística, demuestran que la mortalidad ha sido mayor en los pueblos que en las capitales (7,70 por 1.000 en los pueblos y 3,69 por 1.000 en las capitales durante el año 1918), debido, sin duda, a las peores condiciones higiénicas de las viviendas en los primeros.

En realidad, muchos de los casos (sobre todo en este último brote) que se han titulado de gripe ligera no lo habrán sido, pues es fácil confundir clínicamente los catarros de primavera y otoño con esta forma sencilla de la gripe. Por los estudios bacteriológicos hechos, así en España como en el extranjero, no se ha llegado a una conclusión firme acerca de cuál es el microbio específico productor de la enfermedad, y siempre se han encontrado los gérmenes que viven comúnmente en estado saprofito en la boca y vías aéreas superiores. Respecto del bacilo de Pfeiffer, tampoco existen pruebas indudables de que sea el agente causal, aunque junto con el pneumococo y estreptococo parece ser la causa de las más frecuentes y graves complicaciones. En el extranjero se han hecho detenidos estudios sobre si podrían ser gérmenes que, por su pequeñez (virus filtrantes), no estén al alcance de nuestros aparatos de óptica; y aunque hay muchos que así lo creen, no están conformes todos los bacteriólogos en este punto.

El período de incubación es muy corto, entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas, según se ha comprobado repetidamente. La inmunidad ha sido observada claramente, pues en la epidemia otoñal respetó las poblaciones donde se había dado profusamente en primavera, así como los individuos que habían sido atacados anteriormente. Esta inmunidad dura varios meses, y se observa que un primer ataque preserva de las formas graves. Esta regla contiene excepciones, aunque es posible que muchas de éstas no fuesen más que formas catarrales comunes, que son clínicamente difíciles de diferenciar de la gripe ligera (…).

La enfermedad se contagia principalmente de enfermo o convaleciente a sano, por medio de las secreciones respiratorias de aquéllos, tosiendo, estornudando o hablando en alta voz, lo que da lugar a que se esparzan por el aire en forma de pequeñísimas gotas, que flotando en él, y respirándolas el individuo sano, contagian la enfermedad. Los estudios hechos durante esta epidemia demuestran que una persona que habla en voz alta puede contagiar a una distancia de un metro, y si tose o estornuda, esta distancia es de dos metros y medio. La puerta de entrada de la infección es principalmente por la nariz y la garganta, habiéndose comprobado también que pueden ser los ojos, y que basta una pequeñísima exposición para contraer la enfermedad. Por lo tanto, es peligroso acercarse a los enfermos sin estar protegido por alguna mascarilla, y por la misma razón es conveniente evitar las aglomeraciones de gentes de todas clases, como las que se forman en teatros, cinematógrafos, iglesias, vehículos públicos, establecimientos de enseñanza, fábricas, etc., en donde pueda haber muchos portadores de gérmenes. Está demostrado que el hacinamiento es uno de los factores más importantes para producir la gripe y sus complicaciones pulmonares; y como demostración de esto no hay más que observar las epidemias que se presentan en los barcos de emigrantes, según sucedió en el Infanta Isabel y el Valbanera, donde la mortalidad y el número de los enfermos complicados de neumonía fueron superiores a las cifras que se han dado en condiciones normales. Es una medida importantísima el que no duerman varias personas en una misma habitación sin que haya el suficiente espacio entre una cama y otra. El estrechar la mano de una persona contaminada o un pañuelo manchado con secreciones de la nariz, garganta, etc., de un enfermo, pueden ser causa de contagio.

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1 Generalmente se admite que la pandemia comenzó en marzo de 1918 en los Estados Unidos, más concretamente en Camp Funston, Kansas.

2 Véase SUEROS Y VACUNAS EN LA LUCHA CONTRA LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919 EN ESPAÑA. María Isabel Porras Gallo. Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 2008, vol. LX, no 2, julio-diciembre, págs. 261-288, ISSN: 0210-4466

MÁS INFORMACIÓN
-> The Conversation – The ‘greatest pandemic in history’ was 100 years ago – but many of us still get the basic facts wrong. Richard Gunderman.
-> CDC – 1918 Influenza: the Mother of All Pandemics. Jeffery K. Taubenberger y David M. Morens.

Algunas consideraciones acerca de la “gripe española” apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 16 abril 2018.


via Tecnología Obsoleta http://alpoma.net/tecob

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