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Funcionamiento del aireador de Elie Aghnides. Fuente: LIFE. 5, de agosto de 1946.
Gráficos de una de las primeras patentes sobre aireadores para grifos de Elie Aghnides.
Elie Aghnides con sus primeros modelos de aireadores. Fuente: LIFE. 5, de agosto de 1946.
El “Rhino” en todo su esplendor. Fuente: Popular Science. Octubre de 1954.
No llegó a comercializarse, aunque el inventor pensó en el mercado de obras públicas y el militar como objetivos prioritarios (los militares estaban preocupados por lo sencillo que parecía perforar aquellas ruedas hemisféricas incluso con armas ligeras). El Rhino levantó pasiones durante un tiempo, pero terminó olvidándose. El prototipo se presentó en Indianápolis en 1954, siendo probado sobre todo tipo de terrenos difíciles: arenas, barro, pendientes, navegando sobre las aguas… todo un monstruo de cinco toneladas capaz de sobrevivir a todo tipo de terrenos peligrosos. Sus ruedas delanteras huecas, de acero y aluminio, eran espectaculares sobre todo por su diseño de media burbuja (las traseras eran ruedas convencionales con un suplemento hemisférico). Ese diseño, y su bajo centro de gravedad, permitía mantener controlado el vehículo incluso en condiciones de inclinación extrema y, además, facilitaban la navegabilidad en las aguas, siendo impulsado en ese caso por una especie de hidrojet.
Vista inferior del Rhino. Fuente: Popular Science. Octubre de 1954.
En el siguiente vídeo lo podemos ver en acción. Ciertamente asombroso…
Rhino, el asombroso vehículo anfibio con ruedas “burbuja” apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 22 abril 2018.
Anuncio publicado en diciembre de 1919 en el madrileño diario El Sol.
Es ya todo un tópico mencionar que el término “gripe española” nada tiene que ver con que la pandemia se hubiera podido originar en España, cosa que parece descartada. En 1918 el mundo llevaba ya metido de lleno en la más terrible de las guerras vistas hasta entonces, lo que con los años tomó por nombre como Primera Guerra Mundial. En ese ambiente, las naciones beligerantes mantenían una censura férrea de la prensa y apenas permitían que se publicaran datos sobre posibles enfermedades en su bando, no fuera que dieran la sensación de parecer más débiles que sus enemigos. España, como nación neutral, publicaba extensamente en su prensa detalles de todo lo sucedido en la guerra y, cómo no, también de lo que pasaba con la enfermedad y de ahí parece que proviene la denominación de “gripe española”.
Pacientes de “gripe española” en Camp Funston, Kansas, Estados Unidos. 1918. Imagen U.S. Army.
Nuevamente, dependiendo la fuente que se consulte, parece que la pandemia se originó en Asia o Europa del Este, o puede que en ciertos cuarteles militares en Kansas1, Estados Unidos. El caso es que el virus se propagó con suma rapidez y en apenas medio año ya había más de veinte millones de fallecidos por su causa. Ahora bien, ¿por qué fue tan letal el virus de la gripe en 1918? No está claro, se ha comentado en ocasiones que diversas infecciones bacterianas oportunistas pudieron haber tenido algo que ver, sobre todo teniendo en cuenta la mala situación de las tropas o el hacinamiento de los enfermos en hospitales y campamentos, pues entre los soldados en el frente el virus se transmitió de forma espectacular. Sea como fuere, el virus atacó primero durante la primera mitad de 1918, en lo que es conocido como la “primera oleada”. En otoño regresó con más virulencia, manteniendo el “ataque” hasta finales de año. Fue la “segunda oleada”, brutal y letal. La última de las oleadas tuvo lugar en la primavera de 1919, siendo menos importante pero todavía terrible.
La tasa de mortalidad llegó a ser de hasta el 20%, algo que comparado con la tasa de mortalidad habitual de la gripe es asombrosamente alto. Hubo mucha variabilidad en lo que a esa tasa de mortalidad se refiere, en algunos lugares apenas pasó de ser una gripe más o menos normal, mientras que en otros se llegó prácticamente a la desaparición de pueblos enteros. Dada la situación de emergencia, la medicina de su tiempo intentó buscar un remedio con rapidez, pero al no contarse con microscopios electrónicos en esa época no se pudo determinar que el agente infeccioso era un virus (aunque se sospechaba, como bien refiere un texto que he añadido al final de este artículo). Se establecieron cuarentenas y diversas medidas de salud pública, pero se urgía a encontrar un remedio o una vacuna. En los cultivos de esputos de enfermos se determinó la presencia de varios tipos de bacterias (era hasta donde se podía llegar entonces, la virología moderna todavía no había nacido) y se pensó que eran los causantes de la pandemia. El principal culpable parecía ser el que fue llamado como bacilo de Pfeiffer o Bacillus influenzae (Haemophilus influenzae), bacteria identificada por Richard Pfeiffer a finales del siglo XIX. Durante años fue considerado erróneamente como causante de la gripe, hasta que en los años treinta quedó establecido el origen vírico de la enfermedad. Debido a esta creencia, se suministraron todo tipo de sueros y vacunas desarrolladas con demasiada rapidez, intentando frenar la extensión del bacilo de Pfeiffer, lógicamente sin resultados positivos más allá de lograr atajar algunas infecciones bacterianas secundarias. El arsenal médico de la época, destinado a combatir la enfermedad, incluía una abigarrada colección de sueros, antisépticos y fármacos como “sales de quinina, opio y sus derivados, yodo y yoduros, digital y sus derivados, acetato y carbonato amónicos, antipirina, aspirina, entorina, piramidón, esparteína y sus sales, cafeína y sus sales, estricnina y sus sales, adrenalina, colesterina, benzoato sódico, alcanfor, salicilato sódico, novocaína…“2
Secretaria protegida con una mascarilla contra la gripe. Nueva York, 16 de octubre de 1918. Fuente: US National Archives.
Comentado lo anterior, creo interesante completar en estas breves notas con algunos de los muy interesantes contenidos aparecidos en 1920 en una guía sobre la profilaxis de la gripe, publicada en España por el Ministerio de la Gobernación, y que tengo delante ahora mismo, acerca de lo que fue la pandemia en tierras españolas:
La epidemia de gripe (…) de 1918 ha sido universal, pues no ha habido pueblo ni raza que no la haya padecido. La epidemiología y la clínica han demostrado que fue igual a las pandemias de 1803, 1833, 1837, 1847 y 1889, pues se desarrolló rápidamente en relación con los medios de comunicación, y ha tenido clínicamente las mismas complicaciones de neumonía y bronco-neumonía, que son las causas principales de la mortalidad en esta enfermedad. La epidemia en España comenzó en la segunda quincena de Mayo; rápidamente se transmitió a las capitales de provincias, y más tarde a pueblos y caseríos, no habiendo quedado lugar de España adonde no llegase en el transcurso del año 1918.
La primera etapa fue benigna, y duró desde Mayo a Julio y, a pesar de su gran difusión en Madrid y otras grandes poblaciones, se señaló por su escasa mortalidad. No obstante, la estadística demuestra que ya hubo un aumento de ésta durante el primer brote (3.184 defunciones de Enero a Abril, y 6.530 de Mayo a Agosto). El segundo brote empezó en la segunda quincena de Agosto con caracteres graves, pues eran numerosísimas las complicaciones pulmonares, y tuvo su máximo de mortalidad en el mes de Octubre, disminuyendo progresivamente hasta el primero de Enero de 1919, en que pareció haberse terminado la epidemia. Durante el año 1919 hubo un recrudecimiento en los meses de Marzo y Abril, y en la actualidad existe otro brote en todo nuestro territorio. El número de muertos por gripe en España desde Mayo, en que apareció la epidemia, hasta final del año 1918, fue de 143.876. Estas cifras son, en realidad, menores que las efectivas, si se tiene en cuenta que no entran en ella las defunciones por neumonía y bronco-neumonía que no llevan el apellido gripal, y que muchas de éstas, que figuran en la estadística, probablemente son de este origen. La enfermedad ha sido más grave en los individuos de veinticinco a cuarenta y cinco años; y así la observación como la estadística, demuestran que la mortalidad ha sido mayor en los pueblos que en las capitales (7,70 por 1.000 en los pueblos y 3,69 por 1.000 en las capitales durante el año 1918), debido, sin duda, a las peores condiciones higiénicas de las viviendas en los primeros.
En realidad, muchos de los casos (sobre todo en este último brote) que se han titulado de gripe ligera no lo habrán sido, pues es fácil confundir clínicamente los catarros de primavera y otoño con esta forma sencilla de la gripe. Por los estudios bacteriológicos hechos, así en España como en el extranjero, no se ha llegado a una conclusión firme acerca de cuál es el microbio específico productor de la enfermedad, y siempre se han encontrado los gérmenes que viven comúnmente en estado saprofito en la boca y vías aéreas superiores. Respecto del bacilo de Pfeiffer, tampoco existen pruebas indudables de que sea el agente causal, aunque junto con el pneumococo y estreptococo parece ser la causa de las más frecuentes y graves complicaciones. En el extranjero se han hecho detenidos estudios sobre si podrían ser gérmenes que, por su pequeñez (virus filtrantes), no estén al alcance de nuestros aparatos de óptica; y aunque hay muchos que así lo creen, no están conformes todos los bacteriólogos en este punto.
El período de incubación es muy corto, entre veinticuatro y cuarenta y ocho horas, según se ha comprobado repetidamente. La inmunidad ha sido observada claramente, pues en la epidemia otoñal respetó las poblaciones donde se había dado profusamente en primavera, así como los individuos que habían sido atacados anteriormente. Esta inmunidad dura varios meses, y se observa que un primer ataque preserva de las formas graves. Esta regla contiene excepciones, aunque es posible que muchas de éstas no fuesen más que formas catarrales comunes, que son clínicamente difíciles de diferenciar de la gripe ligera (…).
La enfermedad se contagia principalmente de enfermo o convaleciente a sano, por medio de las secreciones respiratorias de aquéllos, tosiendo, estornudando o hablando en alta voz, lo que da lugar a que se esparzan por el aire en forma de pequeñísimas gotas, que flotando en él, y respirándolas el individuo sano, contagian la enfermedad. Los estudios hechos durante esta epidemia demuestran que una persona que habla en voz alta puede contagiar a una distancia de un metro, y si tose o estornuda, esta distancia es de dos metros y medio. La puerta de entrada de la infección es principalmente por la nariz y la garganta, habiéndose comprobado también que pueden ser los ojos, y que basta una pequeñísima exposición para contraer la enfermedad. Por lo tanto, es peligroso acercarse a los enfermos sin estar protegido por alguna mascarilla, y por la misma razón es conveniente evitar las aglomeraciones de gentes de todas clases, como las que se forman en teatros, cinematógrafos, iglesias, vehículos públicos, establecimientos de enseñanza, fábricas, etc., en donde pueda haber muchos portadores de gérmenes. Está demostrado que el hacinamiento es uno de los factores más importantes para producir la gripe y sus complicaciones pulmonares; y como demostración de esto no hay más que observar las epidemias que se presentan en los barcos de emigrantes, según sucedió en el Infanta Isabel y el Valbanera, donde la mortalidad y el número de los enfermos complicados de neumonía fueron superiores a las cifras que se han dado en condiciones normales. Es una medida importantísima el que no duerman varias personas en una misma habitación sin que haya el suficiente espacio entre una cama y otra. El estrechar la mano de una persona contaminada o un pañuelo manchado con secreciones de la nariz, garganta, etc., de un enfermo, pueden ser causa de contagio.
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1 Generalmente se admite que la pandemia comenzó en marzo de 1918 en los Estados Unidos, más concretamente en Camp Funston, Kansas.
2 Véase SUEROS Y VACUNAS EN LA LUCHA CONTRA LA PANDEMIA DE GRIPE DE 1918-1919 EN ESPAÑA. María Isabel Porras Gallo. Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia, 2008, vol. LX, no 2, julio-diciembre, págs. 261-288, ISSN: 0210-4466
MÁS INFORMACIÓN
-> The Conversation – The ‘greatest pandemic in history’ was 100 years ago – but many of us still get the basic facts wrong. Richard Gunderman.
-> CDC – 1918 Influenza: the Mother of All Pandemics. Jeffery K. Taubenberger y David M. Morens.
Algunas consideraciones acerca de la “gripe española” apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 16 abril 2018.
Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de marzo de 2018.
Coches minúsculos para una época terrible
En la posguerra civil española, al igual que sucedió también en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial, la falta de medios de todo tipo fue, durante años, tan horrenda que sólo podía superarse con ingenio. La necesidad de contar con automóviles lo más baratos que fuera posible en su construcción hizo que florecieran los coches de pequeño tamaño. Así, lograron cierta fama microcoches con tres ruedas con tratamiento fiscal especial, considerados realmente como motocicletas, y coches con sólo dos plazas y un tamaño generalmente inferior a los tres metros de longitud que tomaron infinidad de formas. Con materiales de construcción escasos y caros, así como combustible racionado, eran una buena alternativa de movilidad.
Tras el conflicto, diversas empresas de armamento, se lanzaron a construir los coches más baratos y pequeños que fuera posible en una época de grandes carencias. Alemania, Francia y Reino Unido, por ejemplo, vieron nacer una floreciente flota de todo tipo de coches de minúsculo tamaño. Lo mismo sucedió en España, donde se fabricaron algunos modelos célebres bajo licencia, como el Isetta de origen italiano, dotado de un curioso sistema de portón de acceso frontal con volante articulado para facilitar la entrada a su interior.
Los microcoches españoles de los años cuarenta y cincuenta lo tuvieron muy complicado para prosperar pues, a la carestía de materiales y combustibles que se vivía en el resto del continente, había que unir el aislamiento al que estaba sometido nuestro país debido al régimen franquista, que llevó a la implantación de un duro modelo económico autárquico. En ese ambiente nacieron genialidades fruto de la necesidad como el Biscúter, conocido popularmente como “la zapatilla”. Originalmente ideado por el diseñador aeronáutico francés Gabriel Voisin, este modelo fue fabricado en España por la empresa barcelonesa Autonacional S.A. Era un “vehículo mínimo”, que cumplía con las extremas exigencias del mercado nacional de su tiempo: reducido hasta el límite, sin puertas ni ventanas, e incluso sin marcha atrás, con una mecánica simplificada gracias a ingeniosas innovaciones, se extendió como la pólvora por nuestras calles desde su introducción en 1953.
El Biscúter fue el más exitoso de los microcoches españoles de posguerra, pero no fue el único. Estuvo acompañado por una entrañable y abigarrada galaxia de modelos de todo tipo. Ahí quedó, entre muchos otros intentos, el también barcelonés coche AFA, bajo patente de 1943. Se trató de un vehículo que hundía sus raíces en un modelo anterior, de los años treinta que, por desgracia y a pesar de su innovadora propuesta, no logró prosperar. Llegaron más tarde diversas marcas de existencia efímera que a duras penas lograron sacar al mercado unas pocas unidades de sus atrevidos microcoches, algunos de ellos alimentados incluso con gasógeno, ante la escasez de gasolina y otros combustibles derivados del petróleo.
Enrique Sanchís Tarazona
El “Triauto” de Sanchís.
El asombroso Triauto de Sanchís
A la hora de redactar estas letras tengo ante mí los viejos impresos y planos de una máquina excepcional. Estos inéditos gráficos, que reproduzco parcialmente, duermen plácidamente en los estantes del Archivo Histórico de Patentes de Madrid, esperando mostrar sus cualidades a quien se quiera acercar a observarlos. Se trata de la patente española de invención número 39.110, otorgada a Enrique Sanchís el 15 de septiembre de 1906 para cierto “sistema de chasis para coches de tres ruedas”. El mismo personaje cuenta también con otras patentes bajo su nombre, haciendo un total de una decena, que van desde un “sistema de tranvías para viajeros con carriles de cualquier sección pero de superficie de rodadura cóncava en su llanta”, de 1896, hasta un “sistema de construcción de tabiques, paredes, cielo-rasos y otras partes de edificios”, que data de 1920. En total, más de dos décadas dedicadas a la invención, en las que alumbró todo tipo de artilugios útiles que mejoraban la fabricación de dirigibles, de los vehículos sobre raíles y hasta un extraño y curioso “sistema de vías mixtas de hormigón y acero colocadas en calles y carreteras para que marchen sobre ella toda clase de vehículos ordinarios”, que fue publicado en 1898.
Sanchís, de origen valenciano, era ingeniero de caminos y estaba adscrito al Ministerio de Obras Públicas en aquel comienzo del siglo XX. Su pasión por las máquinas rodantes, que venía de lejos como muestran sus patentes de finales de la anterior centuria, se acrecentó cuando fue enviado de forma oficial al Primer Congreso de Automovilismo que se celebró en París en 1902. Allí pudo contemplar los novísimos coches llegados desde diversos lugares de Europa y los Estados Unidos. Desde ese momento no dejó de soñar con construir sus propios coches a motor y contar con una marca propia, que con el tiempo llegó a ser una realidad bajo el nombre de la efímera fábrica que abrió en las cercanías de París, en Courbevoie: Sanchis-France. El propio Enrique comenta sobre el inicio de esa constructiva obsesión en la páginas de 1902 de la Revista de Obras Públicas:
…solicité y obtuve del Ministerio autorización para asistir [al Congreso de Automovilismo] y estudiar de cerca los adelantos del transporte sobre carretera. Más tarde pude conseguir permiso (…) para seguir aquellos estudios en el extranjero, donde tuve ocasión de visitar en Inglaterra y los Estados Unidos algunas fábricas de la especialidad que, unidas a las recorridas en Francia (…) completaron mis impresiones sobre esta nueva industria.
Modelos “Triauto” en una exposición de automóviles.
Y, de esta forma, recorriendo las mejores fábricas de automóviles de su tiempo, Sanchís aprendió todo lo posible sobre automóviles a vapor, eléctricos y los novísimos coches a gasolina. Con todo ese conocimiento pudo presentar en el Salón del Automóvil de París de 1906 su Triauto, todo un precursor de los microcoches, diseñado y construido por el propio ingeniero y varios colaboradores y aprendices, contaba con un motor de cuatro cilindros, igualmente de diseño propio, estando dotado de una sola plaza y, como su propio nombre indica, tres ruedas, de la que la trasera era la única motriz. En la misma exposición también presentó otros modelos con cuatro ruedas y más plazas, que formaron parte también de otros certámenes automovilísticos y llamaron la atención en toda Europa. El sistema de bastidor-carrocería diseñado en ese tiempo por Sanchís era tan avanzado que no fue puesto en práctica por la gran industria hasta que Lancia lo empleó en uno de sus modelos allá por 1922 (en concreto en su modelo Lambda, con chasis monocasco). Sobre aquella aventura nos comenta la Revista de Obras Públicas, edición del 19 de julio de 1906:
Hace dos años, en 1904, fue enviado al extranjero por el Gobierno español un centenar de obreros, bajo la dirección de los ingenieros D. Enrique Sanchís y D. Miguel Mataix, el primero como Jefe de la expedición. La mayor parte de ellos se quedaron en Francia, en París especialmente, y los demás fueron a Bélgica con el Sr. Mataix. (…) Los obreros obtuvieron trabajo en [diversos talleres] de cerámicas, automóviles, tipografía, cajas de carruajes, fotograbados, ebanistería, etc. (…) A sus expensas, en horas extraordinarias, gastando algunos de su corto peculio 300 o 400 francos, han llevado a cabo 83 [proyectos]. Llama la atención, desde luego, la sección de proyectos de automovilismo. Son varios modelos, de 6 a 10 caballos, ideados y dirigidos por el Sr. Sanchís. (…) Los automóviles Sanchís son seis: 1º.- Triauto, para una sola persona, que ya figuró en el Salón del Automóvil de París. 2º.- Cuadraciclo con caja de distribución, para estafeta de correos o comercio. 3º.- Coche pequeño de cuatro ruedas con dos asientos, uno al lado del otro. 4º.- Coche ligero para tres personas. 5º.- Coche pequeño de carreras. 6º.- Chasis-bastidor o armadura para tres personas, de acero forjado, junto a un Motor Sanchís de seis cilindros. La base del sistema Sanchís consiste en hacer el bastidor y la caja formando un solo cuerpo de acero embutido o estampado.
Gráficos de la patente del “Triauto” de Sanchís.
Gráficos de la patente del “Triauto” de Sanchís.
Al contrario de lo que sucedería con los microcoches españoles de la posguerra, donde la carestía de medios era su principal razón de ser, con el afamado Triauto Sanchís nuestro ingeniero buscaba un objetivo que podemos considerar muy actual. Don Enrique pretendía crear un medio de locomoción urbano rápido, unipersonal, fácil de mantener, capaz de ser aparcado en cualquier lugar y, sobre todo, cómodo. No se aleja mucho de algunos modelos unipersonales actuales de vehículos eléctricos urbanos. El precio neto de su bastidor completo era de 1.600 francos y, claro está, fue mostrado con orgullo por el propio Sanchís y sus aprendices allá donde fueron. La prensa lo presentaba como un vehículo del futuro, y no les faltaba cierta razón, aunque finalmente no llegó a extenderse por nuestras calles como él hubiera deseado.
Enrique Sanchís continuó fascinado por los automóviles el resto de su vida, pero también por la navegación aérea. Además de sus diseños para dirigibles de finales del siglo XIX, estudió en 1913 las posibilidades de emplear uno de esos aparatos para cruzar el Atlántico. Junto a su labor como ingeniero, el éxito de su Triauto y el bastidor-carrocería, y su dedicación como ingeniero-director de las expediciones obreras al extranjero, fue la aviación el campo en el que dedicó el resto de sus esfuerzos. Y, pese a lo que pueda parecer ante tanta acción, todavía le quedaba cuerda para estudiar y diseñar aeronaves. A su modelo de dirigible de hidrógeno de 1908, con diversas innovaciones pero que no pasó de la fase de gabinete, se une ese mismo año, en diciembre, su diseño para un aeroplano, que vio la luz al año siguiente en París, de nuevo con ayuda de sus obreros-aprendices. La nave, un biplano de doce metros de ancho y dos hélices, fue probado en el verano de 1909 pilotado por el francés Léon Delagrange. Por desgracia, en una de las pruebas el avión resultó dañado y no se continuó con aquella aventura, dedicándose entonces don Enrique a su fábrica parisina de automóviles.
Enrique Sanchís y su Triauto: el encanto de las tres ruedas apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 2 abril 2018.