18 ago 2018

Cuando Tesla buscaba a E.T.

Como comenté en mi último artículo, he aquí mi traducción de un texto de Nikola Tesla acerca de la comunicación entre la humanidad y civilizaciones extraterrestres. A comienzos del siglo XX publicó Tesla varios artículos sobre este asunto, siendo el más conocido el que vio la luz en la revista Collier´s. Ahora bien, existe un amplio texto similar, menos conocido, en el que Tesla nos habla sobre comunicación extraterrestre, que vio la luz en 1902 como apéndice del libro de Silvanus P. Thompson titulado Polyphase Electric Currents (era el sexto volumen de una enciclopedia sobre electricidad y ciencia). Lo que sigue es mi traducción personal de ese apasionante texto…

COMUNICACIÓN ELÉCTRICA CON LOS PLANETAS
Por Nikola Tesla

La idea de comunicarse con los habitantes de otros mundos es muy antigua. Pero durante siglos ha sido considerada como el sueño de un poeta, irrealizable por siempre. Y, sin embargo, con la invención y la perfección del telescopio y el conocimiento cada vez más amplio de los cielos, su influencia en nuestra imaginación se ha incrementado, y los logros científicos de la última parte del siglo XIX, junto con el desarrollo de la tendencia hacia el ideal de la naturaleza de Goethe, lo han intensificado a tal grado que parece como si estuviera destinado a convertirse en la idea dominante del siglo que acaba de comenzar. El deseo de conocer algo de nuestro prójimo en las inmensas profundidades del espacio, no nace de la curiosidad vana ni de la sed de conocimiento, sino de una causa más profunda, y es un sentimiento firmemente arraigado en el corazón de todo ser humano capaz de pensar.

¿De dónde viene ese deseo? Quién sabe. ¿Quién puede poner límites a la sutileza de las influencias de la naturaleza? Tal vez, si pudiéramos percibir claramente todo el intrincado mecanismo del glorioso espectáculo que se despliega continuamente ante nosotros, y pudiéramos, también, rastrear este deseo hasta su lejano origen, podríamos encontrarlo en las dolorosas vibraciones de la tierra que comenzaron cuando se separó de su padre celestial. Pero en esta era de la razón no es asombroso encontrar personas que se burlan de la idea misma de comunicarse con un planeta. En primer lugar, se argumenta que sólo hay una pequeña probabilidad de que otros planetas estén habitados. Este argumento nunca me ha atraído. En el sistema solar, parece que sólo hay dos planetas (Venus y Marte) capaces de sostener vida como la nuestra. Pero esto no significa que no haya en todos ellos otras formas de vida. Los procesos químicos pueden ser mantenidos sin la ayuda de oxígeno, y todavía es una cuestión debatida si los procesos químicos son absolutamente necesarios para el sustento de los seres organizados. Mi idea es que el desarrollo de la vida debe conducir a formas de existencia que sean posibles sin alimento y que no se vean encadenadas por las consecuentes limitaciones materiales. ¿Por qué un ser vivo no puede obtener toda la energía que necesita para el desempeño de sus funciones vitales del medio ambiente, en lugar de a través del consumo de alimentos, y transformando, mediante un proceso complicado, la energía de los compuestos químicos en energía capaz de sostiener la vida?

Si hubiera seres así en uno de los planetas, no sabríamos casi nada de ellos. Tampoco es necesario ir tan lejos en nuestras suposiciones, porque podemos fácilmente concebir que, en el mismo grado en que la atmósfera disminuye en densidad, la humedad desaparece y el planeta se congela, la vida orgánica también podría sufrir las correspondientes modificaciones, conduciendo finalmente a formas que, de acuerdo con nuestras ideas actuales de la vida, son imposibles. Admitiré fácilmente, por supuesto, que si se produjera una catástrofe repentina de cualquier tipo, todos los procesos de la vida podrían ser detenidos; pero si los cambios, no importa cuán grandes fueran, se desarrollan a lo largo de extensas eras en el tiempo, los resultados finales llegarían a ser los inteligentemente previstos. No puedo dejar de pensar que los seres pensantes encontrarían medios de existencia. Se adaptarían a sus constantes entornos cambiantes. Así que creo que es muy posible que en un planeta congelado, como se supone que es nuestra Luna, los seres inteligentes todavía puedan morar, en su interior, si no en su superficie.

Entonces, se sostiene que está más allá del poder y el ingenio humanos poder transmitir señales a las distancias casi inconcebibles de cincuenta millones o cien millones de millas. Este podría haber sido un argumento válido hace tiempo. No es así ahora. La mayoría de los que están entusiasmados con el tema de la comunicación interplanetaria han depositado su fe en los rayos de luz como el mejor medio posible para tal comunicación. La luz, debido a su inmensa rapidez, puede penetrar en el espacio más fácilmente que las ondas menos rápidas, pero una simple consideración mostrará que un intercambio de señales entre la Tierra y sus compañeros en el sistema solar es, al menos ahora, imposible. A modo de ilustración, supongamos que una milla cuadrada de la superficie de la tierra, el área más pequeña que posiblemente esté al alcance de la mejor visión telescópica de otros mundos, estuviera cubierta con lámparas incandescentes, empaquetadas muy cerca unas de otras para formar, al ser iluminadas, una hoja continua de luz. Se necesitarían no menos de cien millones de caballos de fuerza para iluminar esta área de lámparas, y esto es muchas veces la cantidad de fuerza motriz que ahora está al servicio del hombre en todo el mundo.

Pero, con las nuevas técnicas propuestos por mí, puedo demostrar fácilmente que, con un gasto que no excede los dos mil caballos de fuerza, las señales pueden ser transmitidas a un planeta como Marte con tanta exactitud y certeza como ahora enviamos mensajes por cable desde Nueva York a Filadelfia. Estas tecnologías son el resultado de un continuo proceso de experimentación, de una mejora gradual.

Hace unos diez años reconocí el hecho de que para transportar corrientes eléctricas a cierta distancia, no era en absoluto necesario emplear un cable de retorno, sino que cualquier cantidad de energía podía transmitirse utilizando un solo cable. Ilustré este principio por medio de numerosos experimentos que, en ese momento, despertaron considerable atención entre los científicos.

Como esto quedó demostrado en la práctica, mi siguiente paso fue utilizar la Tierra misma como medio para conducir corrientes, prescindiendo así de los alambres y de todos los demás conductores artificiales. Esta idea me llevó al desarrollo de un sistema de transmisión de energía y de telegrafía sin el uso de cables, que describí en 1898. Las dificultades que encontré al principio en la transmisión de corrientes a través de la tierra fueron muy grandes. En ese momento sólo disponía de aparatos ordinarios, que me parecían ineficaces, y concentré mi atención inmediatamente en el perfeccionamiento de las máquinas para este propósito especial. Este trabajo consumió varios años, pero finalmente superé todas las dificultades y logré producir una máquina que, para explicar su funcionamiento en un lenguaje sencillo, se asemejaba a una bomba en su acción, que atrae la electricidad de la tierra y la conduce de vuelta a la misma a un ritmo enorme, creando así ondulaciones o perturbaciones que, extendiéndose a través de la tierra como a través de un cable, pueden ser detectadas a grandes distancias por circuitos de recepción cuidadosamente sintonizados. De esta manera pude transmitir a distancia, no sólo efectos débiles para señalización, sino cantidades considerables de energía, y los descubrimientos posteriores que hice me convencieron de que en última instancia tendré éxito en la transmisión de energía sin cables, para fines industriales, de forma económica, y a cualquier distancia, por grande que sea.

Para desarrollar aún más estos inventos, fui a Colorado en 1899, donde continué mis investigaciones a lo largo de estas y otras líneas de trabajo, una de las cuales en particular ahora considero de mayor importancia que la transmisión de energía sin cables. Construí un laboratorio en la zona de Pike’s Peak. Las condiciones de aire puro de las Montañas de Colorado resultaron extremadamente favorables para mis experimentos, y los resultados fueron muy gratificantes para mí. Me di cuenta de que no sólo podía llevar a cabo más trabajo, física y mentalmente, del que podía realizar en Nueva York, sino que los efectos y cambios eléctricos se percibían con mayor facilidad y claridad. Hace unos años era virtualmente imposible producir chispas eléctricas de veinte o treinta pies de largo, pero sin embargo produje chispas mucho más grandes, y esto sin dificultad. Los aparatos eléctricos de inducción involucrados habían utilizado sólo unos pocos cientos de caballos de fuerza, y produje movimientos eléctricos derivados con valores de ciento diez mil caballos de fuerza. Antes de esto, sólo se habían obtenido valores insignificantes, mientras que yo he alcanzado los cincuenta millones de voltios.

Muchas personas en mi propia profesión se han preguntado qué es lo que estoy tratando de hacer. No falta mucho para que, cuando los resultados prácticos de mis trabajos sean presentados ante el mundo, su influencia sea percibida en todas partes. Una de las consecuencias inmediatas será la transmisión de mensajes sin cables, por mar o tierra, a una distancia inmensa. Ya he demostrado, a través de pruebas cruciales, la factibilidad de enviar señales con mi sistema desde un punto a otro del globo, no importa cuán remoto sea, y pronto convenceré a los incrédulos.

Tengo todas las razones para felicitarme por el hecho de que, a lo largo de estos experimentos, muchos de los cuales fueron extremadamente delicados y peligrosos, ni yo ni ninguno de mis asistentes sufriéramos lesiones. Cuando se trabaja con estas potentes oscilaciones eléctricas, a veces se producen fenómenos extraordinarios. Debido a alguna interferencia de las oscilaciones, verdaderas bolas de fuego son propensas a saltar a gran distancia, y si alguien estuviera dentro, o cerca de sus trayectorias, sería destruido instantáneamente. Una máquina como la que he utilizado, podría matar fácilmente, en un instante, a trescientas mil personas. Observé que la tensión entre mis ayudantes era evidente, y algunos de ellos no podieron soportar los nervios. Pero con el perfeccionamiento del funcionamiento de tales aparatos, por poderosos que sean, ahora ya no implican ningún riesgo.

Mientras mejoraba mis máquinas para la producción de las intensas fuerzas eléctricas, también perfeccionaba los medios para observar sus efectos débiles. Uno de los resultados interesantes, también con gran importancia práctica, fue el desarrollo de ciertos artificios para detectar a una distancia de muchos cientos de millas, una tormenta que se acercaba, su dirección, velocidad y distancia recorrida. Es probable que estos aparatos sean valiosos para futuras observaciones meteorológicas y levantamientos topográficos, y se prestarán particularmente para muchos usos navales.

Fue en la continuación de este trabajo que por primera vez descubrí aquellos misteriosos efectos que han despertado un interés tan inusual. Había perfeccionado el aparato al que me refería, hasta tal punto que, desde mi laboratorio en las montañas de Colorado, podía sentir el pulso del globo, por así decirlo, notando cada cambio eléctrico que ocurría dentro de un radio de mil cien millas.

Nunca podré olvidar las primeras sensaciones que experimenté cuando me di cuenta de que había observado algo posiblemente de consecuencias incalculables para la humanidad. Me sentí como si estuviera presente en el nacimiento de un nuevo conocimiento o en la revelación de una gran verdad. Incluso ahora, a veces, puedo recordar vívidamente el incidente y ver mi aparato como si realmente estuviera ante mí. Mis primeras observaciones me aterrorizaron, ya que había en ellas algo misterioso, por no decir sobrenatural, y me encontraba solo en mi laboratorio, por la noche; pero en ese momento la idea de que estas perturbaciones fueran señales inteligentemente controladas aún no se me había ocurrido.

Los cambios que percibí ocurrían de forma periódica, y con un esquema tan claro en cuanto a número y orden, que no eran atribuibles a ninguna causa entonces conocida por mí. Conocía, por supuesto, las perturbaciones eléctricas producidas por el sol, la aurora boreal y las corrientes terrestres, y estaba tan seguro como podía estarlo de que estas variaciones no se debían a ninguna de estas causas. La naturaleza de mis experimentos excluyó la posibilidad de que los cambios se produjeran por las perturbaciones atmosféricas, como algunos han afirmado precipitadamente. Fue algún tiempo después cuando me vino a la mente la idea de que las perturbaciones que había observado podrían deberse a control inteligente. Aunque no pude descifrar su significado, era imposible para mí pensar que habían sido totalmente accidentales. La sensación de haber sido el primero en escuchar el saludo de un planeta a otro, crece constantemente en mí. Un propósito estaba detrás de estas señales eléctricas; y fue con esta convicción que anuncié a la Red Cross Society, cuando me pidieron que indicara uno de los grandes logros posibles de los próximos cien años, que probablemente uno de esos logros sería la confirmación e interpretación de este saludo planetario.

Desde mi regreso a Nueva York, el trabajo más urgente ha consumido toda mi atención; pero nunca he dejado de pensar en esas experiencias y en las observaciones hechas en Colorado. Me esfuerzo constantemente por mejorar y perfeccionar mi tecnología, y tan pronto como me sea posible, retomaré el hilo de mis investigaciones en el punto en que me he visto forzado a dejarlo por un tiempo. En la etapa actual de progreso, no habría ningún obstáculo insuperable en la construcción de una máquina capaces de transmitir un mensaje a Marte, ni habría ninguna gran dificultad en registrar las señales que nos transmitan los habitantes de ese planeta, si es que son electricistas expertos. Una vez establecida la comunicación, incluso de la manera más simple, como por un mero intercambio de números, el progreso hacia una comunicación más inteligible sería rápido. La certeza absoluta en cuanto a la recepción e intercambio de mensajes sería alcanzada tan pronto como pudiéramos responder con el número “cuatro”, digamos, en respuesta a la señal “uno, dos, tres”. Los marcianos, o los habitantes de cualquier planeta, comprenderían de inmediato que habríamos captado su mensaje a través del del espacio y que habríamos enviado una respuesta. Transmitir conocimiento por tales medios es, aunque muy difícil, no imposible, y ya he encontrado una manera de hacerlo.

¡Qué tremenda conmoción causaría esto en el mundo! ¿Cuándo llegará? Será algún día, eso debe estar claro para cualquier persona inteligente. Mientras tanto, algo, al menos para la ciencia, se ha ganado. Espero que se demuestre pronto que en mis experimentos en no eran simplemente ilusiones, sino una gran y profunda verdad.

Nota: Para quien no conozca en detalle la biografía de Nikola Tesla, habrá que indicar que, el que fuera padre de nuestra tecnología de energía eléctrica alterna actual, se refiere en este texto a sus intrigantes experimentos llevados a cabo en Colorado Springs entre 1899 y 1900. Se considera que, entre otras, llevó a cabo en ese lugar las que fueron las primeras experiencias de radio y, acerca de esas “señales inteligentes” que dijo haber percibido, se considera hoy día que se trató de interferencias naturales, muy posiblemente de origen radioastronómico.


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