Las últimas fases del conflicto del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial, vieron cómo los japoneses agudizaban su ingenio a la hora de intentar bombardear los Estados Unidos de cualquier forma que se les ocurriera. Eran conscientes de que no había mucho que hacer, pues no podían volar a través del océano con grandes bombarderos para repetir en tierras americanas la destrucción vivida, por ejemplo, en los bombardeos incendiarios estadounidenses sobre Tokio. Pero deseaban causar daño a toda costa, ya fuera tanto en forma de destrucción física como cultivando el miedo.
Salvo el ataque inicial de Pearl Harbor, el resto de los intentos japoneses por atacar a los Estados Unidos en tierra continental no fueron, ni de lejos, tan exitosos para ellos. Desde finales de 1941 diversos submarinos japoneses patrullaron la costa oeste norteamericana con la intención de comprobar si era posible bombardear ciudades o poblaciones desde el mar e, igualmente, se estudió la posibilidad de atacar el canal de Panamá, de gran importancia estratégica para los Estados Unidos. Al igual que hizo Alemania, el Imperio del Japón emprendió un programa para desarrollar grandes bombarderos de largo alcance capaces de atacar las ciudades norteamericanas. Ese programa no pasó de sus primeras fases de desarrollo y, llegados a 1944, sin apenas recursos, deciden apostar por las más peregrinas ideas.
El meteorólogo japonés Wasaburo Oishi había descubierto ya hacia 1926 las corrientes en chorro(jet stream) atmosféricas (curiosamente, describió sus descubrimientos en esperanto, lengua de la que era apasionado defensor). Estas corrientes de aire son aprovechadas hoy en día por los vuelos intercontinentales para ahorrar tiempo y combustible, pero durante la Segunda Guerra Mundial al ejército japonés se le ocurrió que podrían ser ideales para enviar de forma rápida grandes oleadas de globos con los que atacar a los Estados Unidos. La “loca” idea, en realidad, no era tan extraña como pueda parecer (los británicos también lo intentaron, pero de forma más limitada, contra los alemanes): el proyecto fue todo un éxito en lo que a la llegada de globos a América se refiere pero, por fortuna, la destrucción causada fue bastante limitada.
Se estima que Japón lanzó más 9.000 Fu-Go, o “globos de fuego”, hacia América entre 1944 y 1945, de los que llegaron a su objetivo unos 300. Eran globos de hidrógeno de seda recubierta con caucho (posteriormente mejorados con capas de papel japonés tipo washi) capaces de llevar una carga de entre 12 y 15 kilogramos, por lo general bombas incendiarias o antipersona. Su objetivo era el ataque a cualquier objetivo en Norteamérica, ya fueran civiles, fábricas, edificios, bosques o cultivos. Era lo mismo, con tal de que explotaran sobre América y causaran terror. Fueron en total seis víctimas las que causaron, junto con algunos destrozos de escasa importancia. Las primeras oleadas de globos, de unos 9 metros de diámetro, fueron lanzadas para estudiar la corriente en chorro y la viabilidad del proyecto (se utilizaron radiosondas). Cuando comprobaron que, efectivamente, globos como aquellos podían cruzar el Pacífico Norte con rapidez, se lanzaron oleadas de globos de hasta diez metros de diámetro armadas con sus correspondientes artefactos explosivos (se planteó también el uso de armas biológicas o químicas, cosa que se desestimó en el último momento). Los “globos de fuego” fueron tan numerosos y diversos que fueron vistos desde Canadá hasta México, pasando por gran parte de los Estados Unidos.
Los globos llevaban varios sistemas, muy ingeniosos, para mantener su altitud hasta llegar al destino final, jugando con pequeñas cargas de lastre, válvulas de hidrógeno y controlados por las variaciones de la presión atmosférica. Al cabo de unos tres días de vuelo, se suponía que el globo ya hubiera llegado a América, impulsado a toda velocidad por la corriente en chorro, momento en el que un temporizador activaba un fusible que hacía soltar la carga mortal. La maquinaria de guerra japonesa fue capaz de lanzar hasta 200 globos de este tipo al día. Para aprovechas las mejores condiciones de la corriente en chorro, las oleadas fueron lanzadas masivamente hacia el mes de noviembre de 1944. Claro, enviar bombas incendiarias a América en el invierno es una idea bastante mala si se quiere, por ejemplo, incendiar bosques, pues grandes extensiones se encontrarían nevadas o muy húmedas como para prender fuego alguno.
Bien, tenemos el Pacífico Norte lleno de globos asesinos… ¿qué hicieron los estadounidenses? Por lo general, además de la alarma del ejército, los bomberos, los agentes forestales y las autoridades, no sucedió nada. La mayor parte de los globos que se encontraron en el suelo fueron reutilizados por parte de los lugareños. Algunos fueron destruidos por patrullas aéreas, pero la mayoría no sobrevivían al viaje y, los que llegaron a América, apenas causaron incidentes, a pesar de que la propaganda japonesa afirmaba que era un arma muy efectiva que había llenado de terror todo el continente enemigo. La cantidad de “avistamientos”, algunos incluso graciosos, que se registraron, fue muy numerosa. Más que terror, los “globos de fuego” despertaron la curiosidad. Pero aquello no era ninguna broma y, precisamente, acercarse a una de aquellas bombas que no hubiera explotado en el aire era muy peligroso.
Lo que más llamó la atención fue su origen. En América estaban convencidos de que los globos eran lanzados desde las costas de su propio continente, por parte de comandos o por japoneses que hubieran vivido hacía tiempo en los Estados Unidos (cuestión que alimentó todavía más el problema de los campos de concentración de japoneses en América). Cuando los geólogos analizaron la arena localizada en algunos de los sacos de lastre recuperados de los globos caídos, la verdad se hizo evidente y el asombro fue general: ¡venían del otro lado del Pacífico!
En un primer momento las autoridades estadounidenses impusieron la censura sobre los posibles incidentes que pudieran suceder con los globos, para no alimentar el miedo, pero cuando hubo víctimas, decidieron informar para que la gente no se acercara a ellos por curiosidad. Por desgracia, las seis víctimas conocidas de los “globos de fuego”, murieron en un solo incidente, que tuvo lugar el 5 de mayo de 1945 en un bosque al sur de Oregón. Cinco niños y una mujer embarazada, murieron mientras buscaban un lugar adecuado para una comida campestre. Uno de los niños dio una patada a un objeto extraño que habían encontrado en un campo, explotando de inmediato. Nadie más murió por culpa de los globos. Al parecer, el objeto mortal había caído del cielo hacía varios días, sin explotar hasta entonces. Hoy día, asombrosamente, se encuentran de vez en cuando restos de estos globos, y de sus peligrosos explosivos, en los bosques norteamericanos (después de la guerra, el ejército de los Estados Unidos desarrolló su propio globo-bomba experimental, el E77, basado en los “globos de fuego” japoneses, aunque no fue utilizado en ningún conflicto… que se sepa).
Cuando Japón bombardeó los Estados Unidos con miles de globos apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 12 febrero 2018.
via Tecnología Obsoleta http://alpoma.net/tecob
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