Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja , edición de febrero de 2015.
En Alicante ha surgido un joven inventor que ha formulado sus curiosos descubrimientos desarrollándolos en una Memoria que envió a la Academia de Ciencias de Madrid. Las investigaciones de dicho inventor, llamado D. Germán Botella Pérez, se refieren al mercurio y han dado por resultado el deducir que de este cuerpo pueden extraerse varios componentes, entre ellos oro y, según otras informaciones, radio. No se sabe por ahora nada del juicio que a la Real Academia de Ciencias merecerán los estudios y observaciones del Sr. Botella y únicamente de los antecedentes del inventor podemos tomar alguna noticia en los periódicos que de él han hablado. Según una de esas informaciones, se ha confirmado que Botella tiene en su domicilio una maquinaria eléctrica de extraño aspecto. Dice que vendió pequeñas cantidades de oro en algunas joyerías y que hace dos meses depositó en la Delegación de Hacienda de Alicante otra cantidad de oro para adquirir mercurio de Almadén. Añaden que el joven inventor, pues cuenta sólo veinticinco años, fue practicante del Laboratorio Municipal, es muy modesto y rehuye hablar de sus descubrimientos.
Madrid científico. 1919, num. 979, página 15.
Durante siglos la alquimia formó parte de los saberes y las artes tanto de occidente como de oriente. En el siglo XVIII, con el proceso de desarrollo del conocimiento científico tal y como lo conocemos ahora, con la experimentación sistemática, el empirismo y el auge del racionalismo, aquella “prequímica” fue olvidada para dar paso a los grandes éxitos de la química que han cambiado el mundo y nuestras vidas. Ahora bien, la alquimia nunca fue un saber supersticioso, monolítico y único, había muchas alquimias y diversos objetivos en ellas. Todavía hoy hay soñadores que buscan la piedra filosofal, la quintaesencia y la panacea universal por medio de manipulaciones de la materia que tienen mucho más que ver con el pensamiento mágico que con el método científico. Sin embargo, el triunfo de la ciencia relegó a la alquimia al más profundo de los olvidos y, hoy, muy pocos son los que se asoman a sus oscuros escritos tratando de averiguar qué ocultaban. Y, lo que fue germen de la química y de la farmacia, fue dando paso a la síntesis química, el conocimiento de la materia y, ¡sorpresa! de la estructura de la propia materia. Llegado el siglo XX, cuando se descubrió la estructura del átomo, se estudió la radiactividad y se comprobó que la transmutación de elementos era posible, siempre bajo unas condiciones muy precisas y con grandes energías en juego, algunos “alquimistas” de nueva hornada aparecieron en el horizonte.
Nótese que he colocado el término entre comillas, porque bien poco se parecían a los alquimistas antiguos. He mencionado que había varias alquimias, que el “arte real” no era algo único. Se concebían varias vías para purificar la materia burda, los metales innobles en algo más elevado. Ahí estaba la vía húmeda, lenta pero más segura en apariencia. La vía seca, más rápida y peligrosa y, en último caso, como la más elevada forma de arte alquímico, la vía del sol. Todo venía a ser lo mismo. Se partía de una materia prima, siempre secreta que bien podía ser un metal, un tipo de arena o el rocío de la mañana y se sometía a diversas manipulaciones de filtrado, calentamiento en un atanor, precipitado y similares para extraer esa supuesta “alma” que habita en toda la creación y que mostraría el camino hacia la piedra filosofal, materia perfecta que transmutaría todos los metales en oro y haría elevarse las almas de los “adeptos” alquimistas más allá de nuestra realidad. Eso, cuando no se hablaba de inmortalidad como tal. Cada maestro alquimista tenía su método y sus creencias.
Aquella búsqueda de la panacea universal capaz de sanar a cualquier enfermo y de la transmutación de los metales como la plata, el plomo o el mercurio en oro, pasó de lo mágico a los sistemático cuando alumbró a la química y la farmacia. Ya no había espacio desde entonces para locuras alquímicas y, sin embargo, el cambio de siglo entre el XIX y el XX vio un renacer de lo mágico y lo alquímico. Aparecieron entonces célebres obras, como las de Fulcanelli, supuesto alquimista moderno que reivindicaba el papel de la alquimia en la moderna ciencia y que veía en el simbolismo de ciertos templos la llave para comprender los oscuros textos alquímicos. En París se llevaron a cabo algunos experimentos acerca de transmutaciones, o al menos eso se decía en la prensa, y hasta un supuesto alquimista de origen polaco, Dunikowski, recorrió media Europa ofreciendo oro transmutado, con lío judicial en París como coda de su aventura. Las sociedades de tinte esotérico proliferaban y acogían la alquimia como una especie de vínculo entre la ciencia y la magia. Acá y allá surgían arquimistas, sí, con “R”, aquellos alquimistas poco preocupado en piedras filosofales y panaceas pero muy interesados en el oro y en las riquezas. En este ambiente tan revuelto apareció en España un personaje fascinante que dedicó casi dos décadas de su vida a intentar convencer que era posible transmutar el mercurio en oro o, más bien, que el oro “vivía” en el interior del mercurio. Esta es la historia de Germán Botella.
Botella, el transmutador
Comencemos por el principio, que en este caso viene a ser el final de la historia. No tenía ninguna referencia acerca de nuestro pretendido alquimista del siglo XXI hasta que choqué con él en una serie de patentes en el Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas en Madrid. ¡Como para no sentir curiosidad ante tan sugestivos títulos! Veamos, están registradas nada menos que trece patentes a nombre del alicantino Germán Botella Pérez, entre mayo de 1918 y abril de 1935. No se trataba de un inventor polifacético como tantos con los que podemos encontrarnos incluso hoy día, que tan pronto te proponen un nuevo tipo de avión como salen a cuento de un novísimo método para afilar cuchillos. Tampoco era un científico de sólida carrera enfocado en solucionar los problemas de un área concreta o campo de la ciencia. Nada de eso, ¡era un alquimista! Es más, un alquimista con patentes, lo que le convertía en una rareza digna de mención porque, si algo ha caracterizado a la alquimia a lo largo de la historia ha sido, precisamente, la oscuridad en la que se han envuelto sus procedimientos para que sólo el maestro pudiera transmitir su conocimiento al aprendiz, sin dejar nunca que esos supuestos saberes cayeran en manos del común de los mortales. Bien, ahí estaba, fuera de lo normal, un aparente alquimista que abría sus métodos a todo el mundo a través de patentes en las que se detallaba cómo convertir el mercurio en oro. Claro que, después de leer las recetas, no está muy claro que se pudiera cocinar el dorado premio tal y como pretendía del osado de Germán. ¿Era un hábil estafador? Bien pudiera, pero por lo que he podido averiguar era más bien alguien obsesionado con una idea desde su juventud, una loca quimera que le acompañó hasta sus últimos días. Pretendía tener razón y movió cielo y tierra para intentar que se le hiciera caso. Asombrosamente, se le escuchó y se atendieron sus ruegos. Al final, como no podía ser menos, todo acabó en aparente fiasco.
Veamos los títulos de algunas de las patentes de Germán Botella, todas ellas destinadas a describir métodos de transmutación de mercurio en oro. Tomemos tres de ellas al azar. En primer lugar, la patente española número 67033, del 15 de mayo de 1918, con el título siguiente: “Un nuevo procedimiento para descomponer el mercurio y obtener el radio metálico y oro que se encuentran formando dicho metal”. Uno frunce el gesto cuando lee cosas así, pero la curiosidad va por delante. En fin, sigamos con la pesquisa. El 9 de agosto de 1923, en la patente número 86412, Germán Botella propone “un nuevo tubo de rayos ultravioleta que descompone el mercurio en oro”. Asombroso, el tipo no sólo juega con el lenguaje sino que se arma de lo más moderno en tecnología de la época. Con rayos X hubiera quedado más decorativo, pero los ultravioleta no eran menos asombrosos por entonces. Finalmente, como tercer ejemplo, veamos su última patente, la 137904 del 11 de abril de 1935. Hay que respirar hondo antes de leer su título: “Procedimiento de obtención de una materia roja-oscura incrustada en un bloque de nitro que se forma en las reacciones del radical SO(OH) originadas en las reacciones con sales mercuriosas”. Como puede verse, la cosa se ha sofisticado hasta el límite de lo risible. Sin embargo, ¿había descubierto Botella algo realmente interesante? El asunto queda en el aire porque nunca pudo ofrecer pruebas contundentes acerca de lo que afirmada. Eso sí, se pasó durante años mucha tinta al papel abordando el caso. Luego, como suele ser habitual, tan curiosa historia se perdió en las hemerotecas. Ah, como apunte postrero cabe anotar la curiosa mención al color “rojo-oscuro” mencionado en esa última patente, curiosamente el mismo color que a lo largo de la historia ha sido mencionado en muchos tratados alquímicos al referirse a la piedra filosofal. Cabe mencionar que la pasión de nuestro personaje por difundir sus ideas y procedimientos no conocía fronteras, he podido rastrear patentes suyas sobre conceptos similares tanto en Francia como en Gran Bretaña.
El practicante que quiso ser alquimista
¿Quién era Germán Botella Pérez? No hay muchos datos disponibles, la investigación de este caso sigue adelante, además es complicado separar los datos verificables de las posibles fantasías del propio Germán. He ahí, por ejemplo, sus contundentes afirmaciones acerca de sus viajes a Londres. Supuestamente habría estado en contacto allí, o más bien habría tratado como “iguales”, a inmensas figuras de la ciencia como Ernest Rutherford, el genio que logró la primera transmutación artificial junto a Frederick Soddy. También afirmó haber tenido contacto con J. J. Thompson, descubridor del electrón. No he podido verificar nada de esto y, por lo tanto, no puedo afirmar que hubiera algo de cierto en ello, aunque cuesta pensar que un practicante alicantino pudiera llegar hasta lo alto del edificio de la física de su época sin apenas referencias o trabajos a sus espaldas, salvo ciertos artículos en los que se citaban someramente experimentos con mercurio. Por otro lado, el lenguaje empleado por Botella es oscuro, a pesar de su supuesta intención de arrojar luz acerca de la supuesta “estructura compuesta del mercurio”, y a veces roza lo extravagante, como cuando menciona la posibilidad de construir un “rayo diabólico”.
La principal teoría de Germán Botella, que presentó en 1919 ante la Real Academia de Ciencias de Madrid a través de un estudio con diez y ocho conclusiones, se basaba en su creencia de que “el mercurio es oro bañado en anhídrido sulfuroso”. Creo que después de leer semejante cosa todos los químicos habrán abandonado la sala, y no es para menos, porque semejante cosa hace saltar alarmas. Sin embargo, en su tiempo se le escuchó y fue tomado en consideración, hasta que, con el paso de los años, las palabras no encontraron respaldo en la experimentación. El practicante afirmaba que podía llevar su teoría al campo de lo experimental por medio del uso de cierto procedimiento eléctrico, con el que el mercurio entraría en “descomposición” dando como resultado átomos de oro y de radio.
Botella realizó experimentos privados hacia 1918 mientras trabajaba como practicante en el Laboratorio Municipal de Alicante. El caso es que, sin apenas hacer ruido al principio, y formando parte de buena familia, fue tejiendo toda una red de partidarios entre los que se encontraba, por ejemplo, el doctor y diputado Rodríguez Álvarez Villamil. De forma periódica fue solicitando patentes acerca de sus diversos procedimientos para extraer oro del mercurio, según iba evolucionado su método experimental. Ahora bien, apenas se dejaba ver y no era muy dado a entrevistas. De hecho, la mencionada memoria acerca de tan grave asunto que presentó en Madrid fue entregada por su hermano, Juan Botella. Si bien era poco dado a apariciones públicas, el tema era tan asombroso que los periódicos no dudaron en dedicarle páginas sin mesura. Los titulares de la época son sorprendentes. “La piedra filosofal descubierta por un alicantino”, aparecía impreso en negro sobre blanco, ¡y se quedaban tan anchos! Se afirmó que Botella abandonó su empleo en Alicante para dedicarse en exclusiva a su trabajo alquímico, algo que, pese a lo que él imaginaba, no le hizo rico, ni mucho menos.
Sobre la naturaleza compuesta del mercurio
Desconozco qué lecturas y experimentos realizó Germán Botella en su juventud para que se convenciera de la naturaleza “compuesta” de un elemento químico como es el mercurio que, desde luego, no está formado por oro, ni mucho menos por radio. Para Botella, el mercurio contiene “un líquido en su periferia que es un equivalente químico (…) de anhídrido sulfuroso en estado líquido. (…) Cuando es separado del mercurio todo el líquido que contiene en su periferia, aparece un metal completamente amarillo y dúctil: el oro.” Sea como fuere, el alicantino dedicó los siguientes diez años, desde su primera patente, a mejorar sus métodos y a patentarlos. No parece que llevara a cabo transmutaciones asombrosas ni nada parecido, su eco se fue apagando hasta que, de repente, a principios de los años treinta todo cambió.
Fue en el año 1932 cuando, ante la insistencia que durante años había manifestado Germán Botella para que fueran verificadas sus teorías, se formó una comisión estatal de ingenieros y científicos dispuesta para llevar a cabo los experimentos diseñados por el propio Botella. Por fin había llegado la hora que tanto había esperado el alquimista. Además, si existía alguna posibilidad de convertir la mayor mina de mercurio del mundo, Almadén, en toda una fuente de oro, ¿por qué había de dejarse de lado tal oportunidad? Por desgracia para Botella, el ingeniero que presidía la comisión, Enrique Hauser, tras realizar algunos de los experimentos, le envió el siguiente parecer a Jerónimo Bugeda, Presidente del Consejo de Administración de las Minas de Almadén y Arrayanes:
…puedo manifestarle que hemos seguido paso a paso el trabajo del Sr. Botella tomando muestras no sólo de la primera materia (mercurio), sino de todos los productos de las transformaciones sucesivas, hasta el precipitado final que debía contener el oro, en el laboratorio químico industrial de la Escuela de Minas, no pudiendo apreciar el buscado metal en ninguna de las diez muestras correspondientes, en las que se incluye el precipitado final, que está constituido principalmente por óxido de hierro.
Ante tan negativos resultados la comisión decidió dar por cerrado el asunto y no continuar con los experimentos. Germán Botella protestó e incluso emprendió acciones judiciales para impedir que se cerrara la comisión, en su opinión, no se habían llevado a cabo todos los procedimientos de forma adecuada y, por ello, el oro no había hecho acto de presencia. Sus pretensiones fueron rechazadas y del alicantino poco más se supo desde ese momento. Lo más curioso fue que, poco antes de que el informe de Hauser llegara a la prensa, el 15 de julio de 1932, el propio Botella fue entrevistado por el diario La Libertad, donde afirmaba que los experimentos estaban dando resultados muy positivos:
…en la penúltima sesión, conforme con el plan que de antemano fijé, se produjo ante la vista atónita de los 11 señores de la Comisión, el hecho fundamental de este experimento, el que se me ha negado hasta el último momento porque contraría la teoría vigente de la química: el desprendimiento del mercurio sometido a reacciones catalíticas de átomos de dióxido de azufre, dejando oro en libertad. Todos y cada uno de los señores de la Comisión comprobaron, asombrados, este hecho (…) luego el oro, que ya se había acusado persistentemente por la coloración azul de diversas disoluciones, ha aparecido en forma de polvo pardo amarillento.
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En las imágenes: Gráficos de varias de las patentes de Germán Botella.
Germán Botella, el hombre que quiso convertir el mercurio de Almadén en oro apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 22 febrero 2015.
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