Fragmentos del artículo sobre Torres Quevedo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en su edición del mes de abril de 2014.
La edad de oro de los dirigibles
A principios del siglo XX no eran los aviones, apenas recién nacidos, los aparatos voladores que parecían tener un futuro más brillante. Nada de eso, en realidad se trataba de los dirigibles hacia donde se volvían las miradas de todos los que soñaban con viajes por los cielos. Durante décadas los dirigibles fueron los auténticos señores del aire y, si no hubiera sido por el tráfico final del más emblemático de sus miembros, puede que todavía fueran hoy día sinónimo de vuelo placentero y de lujo intercontinental.
El “Torres Quevedo Nº1” en 1907. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
Los dirigibles, que todavía se utilizan de forma marginal en campos como el publicitario o en la vigilancia, pero que puede que tengan un nuevo renacimiento en un futuro como vehículos de transporte pesado, comenzaron a extenderse desde que en 1900 comenzara a volar el LZ1, el primer Zeppelin. Cualquier modelo de dirigible anterior quedó eclipsado por los sucesivos modelos de Zeppelin. Se inició entonces la carrera por conseguir una nave cada vez más rápida, veloz y segura. Los dirigibles, “globos” con propulsión propia y gran capacidad de maniobra solían contar para su sustentación con grandes depósitos de hidrógeno o, menos comúnmente, de helio.
Durante la Primera Guerra Mundial se emplearon tanto como plataformas de observación como para servir para bombardear. Al finalizar la contienda, se empezaron a utilizar para el transporte de pasajeros incluso a grandes distancias, con vuelos entre Europa y América. Nada parecía poder parar su auge, incluso cuando los aviones ya empezaban a ser mucho más rápidos. Pero todo cambió en un solo instante. El 6 de mayo de 1937, después de haber recorrido el Atlántico norte, el majestuoso dirigible alemán Hindenburg , se aproximaba a su estación de amarre en Nueva Jersey. Tuvo que esperar bastante tiempo para efectuar la maniobra debido al mal tiempo, pero finalmente ejecutó la aproximación para ser amarrado. Por desgracia, una chispa de estática sorprendió a todos los que en tierra observaban la operación. A la chispa le siguió un incendio feroz, que destruyó la nave en apenas segundos. Una inmensa bola de fuego se precipitó al suelo desde quince metros de altura. Un minuto después, lo que había sido la joya de la flota de dirigibles alemanes yacía en el suelo convertido en una informe masa de metal retorcido. Del casi centenar de personas que viajaban a bordo, fallecieron treinta y cinco. El desastre fue radiado en directo, pues en el lugar se encontraban periodistas y emisoras que estaban esperando la llegada del gran heraldo flotante desde el otro lado del Atlántico. Precisamente, fue el gran impacto que los medios alimentaron sobre la tragedia lo que precipitó el final de los dirigibles. Nació entonces un sentimiento de desconfianza hacia ellos, ya nadie quería volar en dirigible.
El espectáculo del Graf Zeppelin sobre Madrid
La flota de dirigibles alemana fue entonces desmantelada. El añejo LZ-127 Graf Zeppelin , buque insignia de toda un época, fue enviado al desguace. Curiosamente, una de las naves aéreas que más expectación levantó en la España de la primera mitad del siglo XX fue el Graf Zeppelin, el mayor dirigible de su tiempo, sólo superado posteriormente por el malogrado Hindenburg. Con sus más de 230 metros de longitud, era capaz de transportar cargas de hasta 60 toneladas. Verlo surcar los cielos debió ser un espectáculo asombroso pues, para imaginarnos cómo era su tamaño, cabe decir que era tres veces más grande que un avión Jumbo actual.
El Graf Zeppelin recorrió todo el mundo desde 1928 en rutas que iban desde Europa hasta América, incluso sobre el Polo Norte. En esas rutas, dio la vuelta al mundo en varias ocasiones y sobrevoló España, lo que se convertía en momento muy especial para quienes contemplaban la llegada del gigante aéreo. Quedan para el recuerdo diversas fotografías del paso de este dirigible, por ejemplo sobre Madrid, que se han convertido en auténticos iconos de la época. Como muestra del asombro que provocaba el paso de la gran nave aérea alemana sobre España valgan estas palabras que aparecieron publicadas en El Heraldo de Madrid el 21 de septiembre de 1932:
…hacia las ocho de la mañana las personas que transitaban por las calles de Madrid se vieron sorprendidas por el paso de un enorme aerostato, cuyos motores producían un ruido ensordecedor. Prontamente se dieron cuenta de que se trataba del gran dirigible alemán Graf Zeppelin, cuyo nombre pudieron leer claramente en uno de los costados de la aeronave. La curiosidad despertada por el dirigible fue extraordinaria, especialmente en los barrios populares, cuyas calles se llenaron de gente para presenciar su paso, produciendo una enorme algarabía los chiquillos. Balcones y ventanas de las casas se cuajaron de gente para presenciar el vuelo del Zeppelin. El aparato gigante, después de volar muy bajo sobre Madrid, tomó dirección hacia Cuatro Vientos y poco después volvió a volar sobre la población, pero esta vez acompañado de varios aeroplanos españoles que le escoltaban…
Tal y como menciona la prensa de la época, el espectáculo debía de ser impresionante pero, por mucho que el dirigible alemán dejara asombrados a quienes lo contemplaban desde tierra, no era ni mucho menos el primer gigante aéreo que cruzaba nuestros cielos. Mucho tiempo antes una nave igualmente singular, aunque con no muy buena suerte, se ganó el privilegio de despertar la admiración de los madrileños. Se trataba del dirigible España .
Los dirigibles de Torres Quevedo
Leonardo Torres Quevedo debe ser recordado como un de los más grandes genios que ha dado la ciencia y la técnica españolas. No sólo fue un excelente matemático, sino que alumbró tecnologías que se adelantaron décadas a su tiempo, desde máquinas controladas a distancia por ondas de radio hasta remedos de robots capaces de jugar al ajedrez de forma “inteligente”. Además, también fue un excepcional ingeniero en los campos del transporte, he ahí sus célebres transbordadores como el del Niágara y, cómo no, también elevó la vista a los cielos. Fruto de su querencia por las alturas fueron diversos dirigibles de éxito internacional que pusieron a España a la vanguardia de ese campo de la aeronáutica.
El rey Alfonso XIII con el general Marina y el capitán Kindelán en la barquilla del dirigible España. Fuente: Mundo gráfico, 12 de febrero de 1913.
A principios del siglo XX presentó Torres Quevedo ante las academias de ciencias de Madrid y de París diversos proyectos de dirigible. Las novedades de sus propuestas se centraban en haber hallado una solución al problema de la suspensión de la barquilla gracias a una estructura que reforzaba el globo por medio de una especie de esqueleto de cables. Así, el globo ganaba en rigidez y en estabilidad, lo que a su vez hacía ganar en seguridad al conjunto de la nave. Hasta ese momento la fragilidad de los globos empleados en dirigibles hacían que los vuelos con estas naves fueran muy peligrosos y que las barquillas constituyeran puntos débiles muy a tener en cuenta.
De la asociación de Torres Quevedo con el capitán del ejército español Alfredo Kindelán surgió hacia 1905 el proyecto de construcción del primer dirigible de España en el Servicio de Aerostación Militar de Guadalajara. El mundo dirigió su vista hacia las patentes que sobre dirigibles estaba presentando Torres Quevedo. Fue la compañía francesa Astra la que logró hacerse con los derechos de los ingenios aéreos del español y, así, comenzó la carrera mundial de los dirigibles Astra-Torres que fueron empleados incluso en la Gran Guerra. Sin embargo, el gran proyecto aéreo de Torres Quevedo, desarrollado hacia 1919 junto con el también genial Emilio Herrera Linares no llegó a ver la luz. Hubiera sido un digno competidor de los dirigibles transatlánticos alemanes, pues el proyecto del Hispania , tal y como fue llamado, era toda una proeza de su tiempo, una gran nave capaz de viajar desde Europa a América de forma segura.
El dirigible España en Cuatro Vientos.
Mientras tanto, la sociedad Astra iba desplegando a lo largo del mundo sus aparatos, algunos de los cuales podían rivalizar en volumen con los célebres Zeppelin. Esos dirigibles fueron adquiridos más allá de tierras francesas por los ingleses, que los emplearon en diversas tareas militares, además de contar con gran interés por parte del ejército de los Estados Unidos y llegar incluso uno de ellos a ser adquirido por la Armada Imperial del Japón.
Mucho había evolucionado la tecnología de Torres Quevedo desde su primera patente relacionada con dirigibles, presentada en Francia en 1902, pero su principal preocupación seguía siendo la misma: la estabilidad de las naves. Su ingenioso sistema de armadura interior fue toda una revolución, tanto es así que sus dirigibles parcialmente rígidos fueron imitados por doquier. Toda aquella inventiva encontró buena acogida por parte del gobierno español. En 1904 se había creado el Centro de Ensayos de Aeronáutica, dependiente de la Dirección General de Obras Públicas, a medida de lo solicitado por el propio Torres Quevedo. Ahí nacieron sus patentes sobre globos dotados de tirantes a modo de esqueletos que ofrecieran rigidez a los contenedores de gas. El primer ensayo de una nave de este tipo se llevó a cabo el 12 de septiembre de 1907 con gran éxito. Se trataba del Torres Quevedo Nº1 , dirigible de tres lóbulos dotados con dos motores que realizó sus primeras pruebas sobre Guadalajara y que es considerado como el primer dirigible español. A este modelo se siguió un segundo aparato, el Torres Quevedo Nº2, que vino a servir como máquina de demostración de diversas innovaciones que sobre la marcha y con la práctica iban añadiendo Torres Quevedo y Kindelán. Sin embargo, la colaboración entre ambos terminó de mala manera en 1908, tras varios choques personales, rompiéndose la buena relación que habían mantenido hasta entonces.
El coronel Vives y el capitán Kindelán durante unas pruebas con el dirigible España.
No sólo se centró Torres Quevedo en el diseño de dirigibles seguros y estables, sino que también alumbró nuevos sistemas de amarre y almacenaje de los aparatos. Todas las innovaciones fueron cedidas a la casa Astra bajo licencia, por lo que en Francia comenzó la producción de dirigibles rápidos, veloces y maniobrables que llamaron la atención en todo el mundo. Mientras tanto, la cabeza de Torres Quevedo continuaba dando forma a nuevas patentes, como la que presentaba el sorprendente buque porta-dirigibles que ideó en 1913.
Los dirigibles Astra-Torres eran todo un éxito en Francia y Gran Bretaña pero, ¿qué sucedía en España? Las cosas quedaron prácticamente paradas, es más, para el primer buque portaaeronaves español, el primigenio Dédalo, se optó por usar como complemento a los aeroplanos dirigibles de origen italiano.
El gran lío del dirigible España
A pesar del éxito de Torres Quevedo fuera de nuestras tierras, no prosperó una industria nacional de dirigibles. Sin embargo, sí se contó con un dirigible que llegó a alcanzar cierta fama en su tiempo, se trató del España. Fue un prototipo de dirigible que combinaba las ventajas de los globos flexibles con las de las naves rígidas. Al igual de el Zeppelin muchos años más tarde, el España llamó mucho la atención de las gentes que lo vieron volar sobre Madrid.
El dirigible España sobre el Palacio de Oriente, Madrid. Fuente: La Ilustración Militar 15 de mayo de 1910. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
Tras el desencuentro entre Torres Quevedo y Kindelán, quedó claro que sus caminos tomarían destino diverso. El primero abandonó el Centro de Ensayos de Aeronáutica del Parque Aerostático de Guadalajara, camino de su aventura Francesa. Por su parte, Alfredo Kindelán continuó insistiendo al Ministerio de Guerra para que la investigación sobre dirigibles no se detuviera. Fue así como Kindelán, con el apoyo de Pedro Vives y Emilio Herrera logró que en 1909 se destinaran los fondos adecuados para la compra de un gran dirigible destinado al Parque Aerostático de Guadalajara. Después de estudiar diversos modelos de nave en toda Europa, se decidió adquirir un modelo Astra francés. La nueva nave sufrió un accidente en el aeródromo de Pau el 1 de marzo de 1909. No empezaba bien la cosa, pero no por ello se dejó la idea aparcada. Al finalizar 1909 se pudo contemplar una estampa ciertamente triste. Por una parte, Torres Quevedo trabajaba en un hangar de la compañía Astra en París poniendo a punto sus propuestas que terminarían por dar vida a sus exitosos modelos de dirigible. Por otro lado, y de forma simultánea, Kindelán y otros militares españoles se encontraban en otra instalación de París, también propiedad de Astra, para comprar un nuevo dirigible, llamado del mismo modo que el malogrado en Pau: España.
Nuevamente, un desgarro en el globo casi termina en tragedia el 11 de octubre de 1909 a las afueras de París, cuando el equipo de Kindelán realizaba un vuelo de prueba. Las siguientes pruebas fueron, sin embargo, un éxito. Claro que, como no hay dos sin tres, en la prueba del 5 de noviembre el España volvió a accidentarse. ¿Acaso debía abandonarse aquella aventura? Nuevas pruebas y fracasos terminaron con el segundo España. A fin de cuentas, se trataba de un modelo que la propia Astra trataba de vender porque lo consideraba obsoleto, ¡porque el futuro eran los modelos de Torres Quevedo!
El empeño de la comisión encargada de dar vida a aquel dirigible no abandonó, sin embargo, su empeño. Así, el España fue reconstruido en Guadalajara, volando sobre Madrid finalmente en 1910, momento inmortalizado en una célebre fotografía en la que se puede ver al dirigible sobre el Palacio de Oriente. Tras diversas mejoras y pruebas, el flamante dirigible, siempre acompañado de polémica entre favorables a Torres Quevedo y los militares, realizó más vuelos de prueba. Como si de una maldición se tratara, la nave continuaba dando problemas y pasó muchos meses desmontada hasta encontrar en 1911 un nuevo hogar, ya no en Guadalajara sino en un hangar del aeródromo de Cuatro Vientos. Mientras los fracasos continuaban, Leonardo triunfaba en Francia con su primer Astra-Torres.
La gran contradicción se encontrara en que un dirigible diseñado por un español triunfaba en Francia, mientras que un añejo modelo francés no era capaz de levantar el vuelo en nuestra tierra, por mucho que se llamara España. Finalmente, el ejército solicitó ayuda a Astra en 1912 para ver qué se podría hacer con el problemático dirigible. Se había gastado mucho dinero en una nave obsoleta, se pensó en una nueva del tipo ideado por Torres Quevedo para Astra pero finalmente se optó por la peor solución. Se mejoró el viejo España y comenzaron las nuevas pruebas ya en 1913. La maniobra publicitaria para relanzar aquel dirigible tuvo un golpe maestro el 7 de febrero de 1913 cuando el Rey Alfonso XIII voló en su barquilla junto con Vives y Kindelán. Prensa, cámaras, cine, todo el mundo estaba en tierra contemplando cómo el España volaba por los cielos. Bueno, es un decir, porque la cosa apenas duró unos minutos pero el espectáculo logró su objetivo: todo el mundo habló de aquello durante días, incluso fuera de nuestro país. ¿Sirvió todo aquello para algo más que para hacerse unas cuantas fotos? Realmente no, el dirigible que tantos esfuerzos y dineros había costado fue dado de baja muy pronto y finalmente, la situación terminó de la peor manera, sin una industria nacional de dirigibles y olvidando a propósito las naves de Torres Quevedo, que tantos éxitos estaban cosechando, simplemente por no querer reconocer una mala apuesta.
La reina Victoria y la princesa Beatriz en el aeródromo de Cuatro Vientos viendo elevarse el dirigible España en el que viajaba Alfonso XIII. Fuente: Mundo gráfico, 12 de febrero de 1913.
Cuando España volaba en dirigible apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 4 abril 2014.
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