Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de septiembre de 2018.
La lectura del Coronel Ignotus nos deleita con la amenidad de Echegaray, con la trama y humorismo de Conan Doyle (…) y nos hace admirar descripciones grandiosas, como la primera subida del Autoplanetoide, que nos recuerdan las soberbias y magníficas obras de Julio Verne. (…) El Coronel Ignotus es un verdadero Quijote aventurero, más no de los campos de Montiel, sino de los astros, obligándonos a seguirle con la imaginación a través de los espacios, por los que nos lleva explicando fenómenos, descifrando enigmas y haciéndonos percibir en todo los grandes atractivos de las ciencias.
España y América, 1 de octubre de 1923.
Pionero de la ciencia ficción española
Érase una vez un tiempo en el que la palabra “progreso” hacía que se desataran las más descabelladas mentes imaginativas. Casi todo estaba por hacer y el universo parecía completamente conquistable. Para una humanidad que se encontraba en plena fiebre industrializadora, pero todavía con un pie sobre las tierras de las antiguas sociedades agrarias, el soñar con héroes capaces de poder volar o incluso viajar a lejanos planetas, o al fondo del mar, se convertía en alimento de sus propios anhelos por mejorar la vida cotidiana. Hoy, cuando vivimos en lo que por aquel entonces llamaban “El Futuro”, con mayúsculas, estamos saturados de utopías, ucronías, antiutopías y aventuras robóticas y espaciales. Es más, a nadie le llaman la atención ya todos estos temas pero, para nuestros abuelos y sus padres, supusieron toda una válvula de escape en medio de una vida mucho más dura de lo que recordamos.
La fantasía científica, los romances científicos, aquellas obras que, a modo de semilla, dieron vida a las historias de anticipación que terminaron por conformar la ciencia ficción como género, se alimentaron de genios por todos conocidos. El inmortal Julio Verne compartía espacios con las más osadas obras de divulgación de Flammarion, mientras otros soñaban con terribles peligros marcianos de la mano de H. G. Wells o imaginaban princesas marcianas leyendo alguna de las revistas editadas por Hugo Gernsback.
Ya desde los primeros años del siglo XX el género de la ciencia ficción, aunque no era conocido como tal, fue mostrando su división (muchas veces artificiosa y poco clara) en varias corrientes que se han ido manteniendo con el paso de las décadas. Por un lado, se encontraban las narraciones más próximas al género fantástico y, por otro, ese tipo de historias con elementos tecnológicos o divagaciones sociopolíticas más o menos fundadas en teorías científicas que terminaron por dar forma a la ciencia ficción “dura”. En medio de todo ello, cómo no, se sumaba el componente espectacular a las elucubraciones científicas en eso que ha sido conocido como space opera, aventuras clásicas que tienen lugar en el espacio y que terminaron por evolucionar en franquicias de impresionante poder como Star Trek o Star Wars.
Bien, vivimos en una época en la que la televisión y el cine, las plataformas de vídeo en streaming y, en realidad, prácticamente cualquier oferta de entretenimiento contienen algún que otro elemento relacionado con la ciencia ficción, mayormente en forma de space opera. Pero, si miramos a la España de principios del siglo XX, cabe imaginar que de eso, por aquí, no habría nada de nada. Eso era cosa de algunos “locos” estadounidenses, británicos, franceses y poco más. Sin embargo, el panorama era muy diferente. En la España de la primera mitad del pasado siglo aparecieron algunos autores dignos de ser considerados en el gran marco de la historia de la ciencia ficción y, sobre todo, uno de ellos brilló con luz propia tanto por su inventiva como por la calidad de las ideas que plasmaba. No hay duda que puede ser considerado como uno de los precursores de la space operay sus historias no desentonarían ni lo más mínimo desarrolladas y adaptadas como episodios de alguna serie de televisión actual. Además, puede que su estilo no fuera muy “literario”, pero la ciencia ficción siempre ha sido una literatura de ideas, no de artificios, y en eso nuestro personaje fue todo un precursor, porque su sólida formación científica le hacía otear sobre los horizontes del futuro con bastante acierto.
El geógrafo que nos mostró el camino hacia el espacio
Isaac Asimov, Ray Bradbury, Philip K. Dick o Arthur C. Clarke son nombres reconocidos en el panorama de la ciencia ficción clásica pero, ¿quién recuerda al intrépido Coronel Ignotus? Cierto es que, si nuestro personaje hubiera publicado sus obras en Norteamérica, por ejemplo, muy posiblemente hoy día sería considerado como uno de los grandes precursores del género, pero por desgracia hoy apenas es recordado. Por fortuna, en estos primeros años del siglo XXI, su figura ha sido redescubierta y hasta ha dado su nombre a un premio literario pero, ¿quién era la figura que se encontraba detrás de tan extraño nombre?
El Coronel Ignotus, pionero de la ciencia ficción española, y del género de la space operaen concreto, fue un geógrafo e inventor de intachable trayectoria profesional. Nos encontramos ante José de Elola y Gutiérrez, que utilizó el mencionado seudónimo para muchas de sus obras de ficción. Nacido en Alcalá de Henares en 1859 y fallecido en 1933, fue un hombre polifacético que exploró los campos de la geografía, la topografía, la cartografía, fue militar, inventor y, de paso, alumbró obras de teatro y dio vida a algunas de las obras seminales de la ciencia ficción española.
Recientemente, en una librería de viejo en Gijón, me abalancé literalmente sobre una estantería en la que aparecía un ejemplar de Modernas brujerías de las ciencias, obra del Coronal Ignotus que vio la luz en 1921. Y no es para menos, porque para cualquier apasionado de la divulgación científica, ciertas obras José de Elola son joyas sin igual, como si de un Flammarion español se tratara. El Coronel Ignotus no sólo escribía narraciones fantásticas con componentes científicos, sino que publicó obras de divulgación, con gran calidad pero siempre amenas, como la ya mencionada.
En su faceta como inventor, Elola nunca dejó de lado su pasión por lo que era su oficio, lo que le daba de comer: su trabajo como militar especialista en topografía y geografía, además de docente en estos campos. Un vistazo a sus patentes de invención nos mostrará esa pasión sin ninguna duda. En 1899 patentó un procedimiento para impermeabilizar terrenos con el fin de recoger aguas pluviales en los campos y, de paso, potabilizarlas para abastecer poblaciones. Entre 1907 y 1911 consiguió diversas patentes sobre aparatos topográficos, como su conocida como “brújula taquímetro auto-reductora”. Toda esta acción inventiva nacía de su trabajo como militar y geógrafo. Llegó a ser general del Estado Mayor del Ejército (siendo anteriormente coronel) y, muy posiblemente, de ahí nace su “broma” en forma de seudónimo. Había participado en la guerra con los Estados Unidos de 1898 y, posteriormente, se dedicó a la docencia de la topografía, matemáticas y geometría en varias instituciones militares. Era tan estimada su labor como teórico de la topografía que algunos de sus manuales y tratados sobre dicha ciencia se utilizaron como base para cursos de ingeniería durante años.
Durante mucho tiempo el militar con sueños fantásticos iba publicando obras de teatro por entregas y algunas comedias. Sin embargo, fue en la naciente ciencia ficción donde comenzó a encontrarse a gusto y, lo que comenzó como un simple ejercicio de imaginación, terminó por convertirse, a lo largo de la década de los años veinte, en la imponente Biblioteca Novelesco-Científica del Coronel Ignotus con 17 títulos en su haber. Toda una proeza para la que fue la primera colección monográfica de ciencia ficción de la Historia de España. Las novelas del Coronel Ignotus están repletas de aventuras asombrosas pero siempre atemperadas con infinidad de datos de divulgación científica y tecnológica.
Como he comentado, literariamente no son una joya, pero son toda una mina de información acerca del estado de la ciencia y de lo que se soñaba que iba a ser el futuro de la tecnología. Verdaderas delicias ( a veces muy ingenuas) que nos muestran un mundo, allá por el siglo XXII, en el que mujeres ingeniero diseñan naves epaciales, y las pilotan, viajando por el Sistema Solar (por cierto, de tiempos de la guerra con los Estados Unidos, le venía a Elola cierta manía por los norteamericanos y británicos, convertidos en los “malos” de sus narraciones bajo la forma de cierto imperio futuro).
Los viajes planetarios del siglo XXII de Elola, nos muestran mundos-océano como Venus (lástima que hoy sepamos que en realidad es un infierno ardiente poco acogedor), historias de amor espacial, tecnologías de comunicación increíbles que recuerdan lejanamente a nuestros actuales teléfonos móviles… Las diversas sagas espaciales del Coronel Ignotus descubrían a los lectores españoles un universo nunca antes descrito, y nada tenían que envidiar a muchas narraciones de fantasía científica que se publicaban en los Estados Unidos (hay que decir que Elola, a pesar de sus fobias, conocía muy bien la cultura anglosajona y se movía como pez en el agua entre las publicaciones en inglés). Ciertos elementos de las principales narraciones de Elola llaman mucho la atención. Entre ellas, la presencia de mujeres como protagonistas, como en el caso de la capitana María Josefa Mureba, auténtica heroína que tenía su contrapartida en una espía norteamericana. Los personajes femeninos fuertes, algo inusual en la época, se unían a descripciones de gran extensión acerca de todo tipo de conceptos científicos, creándose extrañas narraciones que dejaron asombrados a los lectores, tanto por la arriesgada propuesta en sus narraciones de viajes a Venus (parece que era el planeta en el que fijó sus ojos, al contrario que el concurrido Marte tan de moda por entonces), como por la asombrosa erudición de la que hacía gala a lo largo de sus textos.
Los viajes en el tiempo de Enrique Gaspar
En la literatura decimonónica española pueden encontrarse algunos casos de pioneros de la ciencia ficción realmente sorprendentes. He ahí, por ejemplo, la obra sobre viajes en el tiempo titulada El anacronópete. H. G. Wells es considerado tradicionalmente como el padre de este tipo de obras de ciencia ficción con su libro de 1895 La máquina del tiempo. En 1888 este autor ya había publicado alguna narración en la que esbozaba su idea original y, sin embargo, el diplomático y escritor español Enrique Lucio Eugenio Gaspar y Rimbau, Enrique Gaspar para los amigos, se le adelantó.
El anacronópete fue publicado por Gaspar en Barcelona en 1887 y gozó de cierto éxito en su época. Sin duda, es una de las primeras obras sobre viajes en el tiempo que se conocen y, posiblemente, fue la primera en la literatura moderna, al menos con el esquema clásico de la “máquina” como elemento central con el que viajar a través de los mares temporales. La máquina, que da título al libro, permite al excéntrico inventor español Sindulfo García, viajar por el tiempo y vivir mil y una aventuras. Por desgracia, el propio tic tac del reloj se encargó de borrar las huellas de esta obra pionera del género, que por fortuna ha sido reivindicada en este comienzo del siglo XXI.
Sobre Enrique Garpar, publiqué en TecOb un artículo en 2009.
Las imágenes que acompañan a este artículo corresponden a láminas o portadas de diversas obras del Coronel Ignotus. (De mi biblioteca personal y de la Biblioteca Nacional de España).
via Tecnología Obsoleta https://ift.tt/2vTEfet
No hay comentarios:
Publicar un comentario