Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en diciembre de 2016.
El martes tuvo lugar en el salón de actos del Palacio de Comunicaciones la tercera conferencia del ciclo organizado por el Standard Club. (…) Estuvo a cargo del ingeniero de telecomunicación D. Francisco Riaza, quien, en brillante conferencia, se ocupó del cine sonoro. Después de hacer un breve resumen histórico de la aparición del cinematógrafo y de los progresos realizados en la telefonía y radio, que después han sido aplicados al cine parlante, explicó la esencia del funcionamiento de los sistemas hoy día en curso. (…) Al final de su conferencia aludió a los futuros desarrollos del cinematógrafo: cine en relieve y telecinema, que a tantos investigadores preocupan en los actuales momentos.
Luz, diario de la república. Madrid, 23 de junio de 1932.
Patente de Edelmiro Borrás. OEPM.
Se comenta que la explosión de la tecnología 3D aplicada a la televisión ha pasado a ser algo casi pasado de moda. Es lo que sucede con las tecnologías punteras, tan pronto están en boca de todo el mundo, como desaparecen repentinamente en el mar de novedades que nos acompaña a diario. Ahora lo más llamativo son las gafas o, mejor, cascos integrales, destinados a realidad virtual de 360 grados aplicados a juegos. Lo mismo sucede en el cine, la época en que las películas tridimensionales llamaban la atención ya ha pasado, no son algo novedoso y, sin embargo, hubo una época no tan lejana en la que parecían algo de ciencia ficción. Pero, antes de todo eso, ya hubo quien soñaba con imágenes en 3D o, como se decía entonces, con el cine en relieve. Es más, no fue algo que llegara muy tarde a la tecnología cinematográfica, pues casi desde los primeros pasos del novísimo arte de las imágenes en movimiento se intentó que éstas fueran tan realistas que pareciese que salían de la pantalla para cobrar vida en el mundo real.
Una tecnología muy deseada
Desde que los Hermanos Lumière lograron el éxito con su cinematógrafo, objetivo codiciado por muchos inventores desde hacía décadas, se vio nacer la industria del cine con un crecimiento asombroso. Al igual que sucedió con la aviación o el automóvil, se pasó pronto de primitivos prototipos a tecnologías que todavía nos acompañan. Y, ya desde esos primeros años, se vio claro que había diversos caminos que debían ser transitados. Uno de ellos fue el de las películas a color, el otro, por supuesto, el cine sonoro y, finalmente, la transmisión de imágenes en movimiento por ondas electromagnéticas, esto es, la televisión. Pero, igualmente, hubo una tecnología planteada desde los comienzos del cine que se resistió a ser dominada, se trataba del cine en tres dimensiones o cine en relieve.
Aquello, que se ha convertido hoy en algo natural, con decenas de variantes comercializas tanto para salas de exhibición como para el hogar, partía de la capacidad humana de componer imágenes estereoscópicas. Por separado, cada uno de nuestros dos ojos se puede comparar con una cámara fotográfica capaz de generar señales nerviosas que transmiten información al cerebro como si se tratara de instantáneas fotográficas de dos dimensiones. La tercera dimensión, la sensación de volumen, se logra cuando esas dos “fotografías”, que son ligeramente diferentes entre sí gracias a la separación existente entre ambos ojos, se integran en una sola imagen. La capacidad de nuestro cerebro de convertir dos imágenes “planas” en el mundo tridimensional que disfrutamos a diario sin ser conscientes de ello, es una verdadera maravilla de la naturaleza, que nos ha permitido sobrevivir en ambientes hostiles.
¿Se podría lograr engañar al cerebro para que una película proyectada sobre un lienzo plano pareciera tener profundidad y volumen como el mundo real que observamos cotidianamente? Tal afán ocupó a Charles Wheatstone, el inventor británico que desarrolló el primer estereoscopio, esto es, un aparato que generaba la ilusión tridimensional partiendo de dos imágenes bidimensionales. Esto sucedió hacia 1840 y no tardó en ser explotado como todo un negocio en forma de visores que llevaban al espectador todo un mundo de experiencias a través de colecciones de pares de imágenes de paisajes del mundo, grandes monumentos o, cómo no, ciertas composiciones subidas de tono. La ilusión de profundidad que da el juego de dos imágenes bidimensionales ligeramente diferentes para cada ojo está en la base de la mayor parte de las tecnologías de visualización 3D posteriores.
Claro, todos conocemos los estereogramas de un modo u otro, pero sabemos que, cuando se ve la imagen sin un accesorio especial, lo único que se ve es una especie de fotografía que parece desenfocada o con desplazamiento molesto de sus elementos. Ahora, coloquémonos las clásicas gafas con filtros de color para cada ojo. En ese momento, un ojo percibirá sólo una parte de la imagen y, el otro, hará lo mismo con su correspondiente fragmento. Ya está la magia en marcha, porque cuando el cerebro una de nuevo las dos imágenes, lo que sentiremos será lo más parecido a estar ante una escena del mundo real, con profundidad y sensación de volumen.
Más tarde llegaron las cámaras fotográficas estereoscópicas, que realizan a la vez dos tomas ligeramente diferentes, con lo que la creación de estereogramas prácticamente se convirtió en algo habitual para muchos profesionales. A mediados del siglo XIX se vivió una auténtica fiebre por los estereogramas, se realizaban multitudinarias proyecciones de imágenes tridimensionales, se vendían cámaras y, sobre todo, estereoscopios, con los que se podían contemplar escenas de diverso tipo comprados por colecciones. ¡Era todo un negocio! Una de las técnicas más empleadas fue la del empleo de anaglifos, esto es, la que utiliza la separación de colores como elemento principal para crear el efecto tridimensional. Por ello, las clásicas gafas de 3D de los cines, con sus filtros de color, no son algo nuevo, sino que hincan sus raíces en los primeros tiempos de la fotografía. Aunque ya a finales del siglo XIX se realizaban experiencias de proyección con anaglifos, y las omnipresentes gafas de filtro rojo y verde o azul, no fue hasta entrado el siglo XX cuando por fin se aplicó la técnica al cine.
Aunque las tecnologías básicas para lograr el efecto tridimensional pueden parecer sencillas, la carrera por lograr películas con efecto 3D no fue nada fácil. Se cuentan por cientos las patentes acerca del cine en relieve desde mediados del XIX y hasta bien entrado el siglo pasado. En los albores del siglo XX se vieron, en efecto, decenas de cámaras capaces de filmar con dos lentes imágenes ligeramente diferentes para ser proyectadas en salas donde los espectadores disfrutaban del efecto tridimensional gracias a las gafas de filtros de color. En los años 20 y 30 ya se contaba con todo un circuito comercial de películas 3D, generalmente cortometrajes, aunque no fue hasta los años setenta, con tecnologías avanzadas (las lentes polarizadas habían cambiado ya el paradigma del cine “en relieve”), cuando se puede hablar propiamente de cine 3D exitoso comercialmente. El resto es historia por todos conocida, pues aunque se ha logrado un nivel de refinamiento asombroso, la base de todo ello ha permanecido prácticamente sin cambios. Ciertamente, es esa aparentemente insignificante diferencia de percepción entre nuestros ojos, la que ha abierto el camino a la industria de las imágenes en movimiento con efecto tridimensional.
Los olvidados pioneros españoles del cine en relieve
En todo el mundo, como no podía ser de otro modo, la pasión por el cine tridimensional espoleó la imaginación de diversos inventores y, en España, sucedió lo mismo. Han visitado anteriormente estas páginas pioneros del cine como José Val del Omar quien, aunque tarde, ha logrado cierto reconocimiento por sus innovaciones. Ahora bien, ¿qué sucede con aquellos pioneros solitarios que intentaron domar el mundo tridimensional entre los años 30 y los 50? Hoy apenas son recordados. Ciertamente, la mayor parte de las patentes españolas sobre tecnología de cine en relieve no fueron puestas en práctica jamás, pero un estudio de las mismas nos hace ver que, al menos en sus fundamentos, iban por el buen camino y guardaban muchas similitudes con propuestas comerciales que llegaron a buen puerto tanto en los Estados Unidos como en Francia o Alemania.
Hacia 1935 la prensa española se hizo eco de la sensacional propuesta que procedía del pionero del cinematógrafo Louis Lumière. Tal como se mencionaba Antonio Momplet en Cinegramas el 10 de marzo de 1935, tras una visita al célebre inventor en Francia:
…Monsieur Lumière ha hecho público estos días sus deseos de que los grandes festejos que la ciudad de París le prepara para esta primavera [por los cuarenta años del nacimiento del cine] sean reportados al mes de diciembre, al objeto de poder en esa fecha hacer su primera proyección oficial pública del cine en relieve. (…) El milagro está hecho, la ilusión es perfecta. Las figuras se mueven, guardando una perspectiva que da plenamente la impresión de la tercera dimensión. El asunto, que desde hace tanto tiempo apasiona al público y preocupa a los grandes productores, está allí, si no del todo perfeccionado, al menos resuelto en principio. Al acabar una corta proyección, escucho, procurando retenerlas bien en la memoria, las últimas explicaciones que sobre el asunto me da monsieur Lumière (…):
—Ruégole no publique ninguna de las cosas que sobre este particular le he comunicado. Ahora bien, usted puede decir que, a mi juicio, el problema del relieve no podrá ser nunca completamente resuelto a base de la proyección de una sola imagen. La ilusión óptica que produzca en el espectador la impresión del relieve no podrá ser obtenida más que basándola en la proyección simultánea de dos imágenes, una para cada ojo. El que la imagen destinada exclusivamente a un ojo no moleste en lo más mínimo a la proyección visual del otro, es el único punto del problema difícil de resolver. Todo lo demás, usted ha visto cómo no es muy complicado ni se necesita una extraordinaria capacidad para descubrirlo…
Patente de Carlos Pérez de Siles.
Todo el mundo se maravillaba ante lo que se decía de aquella nueva tecnología, pero no era nada nuevo, ni mucho menos, pues diversos inventores de todo el mundo estaban tras la misma pista. No sólo hubo quien dijo haberlo conseguido antes, sino que ese mismo año de 1935 la prensa española mencionaba a cierto inventor español que afirmaba haber ido muy lejos en lo que a cine en relieve ser refería, con experimentos realizados desde 1929. Así, se comentaba que cierto inventor llamado Manuel Molinero Canut había logrado una técnica que, partiendo de un negativo impresionado de forma convencional, lograba ofrecer la sensación de tridimensionalidad proyectando imágenes en una pantalla de forma alternativa. Parece ser que Molinero, perito agrícola, geómetra y topógrafo, se animó a patentar su invención, precisamente, al ver el revuelo montado por las afirmaciones de Lumiére. Ahí queda su patente española ES0137813, de agosto de 1935, para un “Procedimiento y aparato tomavistas para la cinematografía en relieve”. No parecen existir más datos acerca de experiencias posteriores, pero algunos indicios llevan a pensar que, como en tantas otras ocasiones, la Guerra Civil se impuso a sus deseos por perfeccionar la técnica.
De nuevo, 1935 aparece como año de referencia para nuestros inventores relacionados con el cine en relieve. Al mismo tiempo que Molinero experimentaba con su sistema, a comienzos de los años treinta, aparece Teófilo Mingueza que, dotado de una gran habilidad, empleó una cámara convencional de 35 mm para ser convertida en un aparato capaz de rodar película capaz de dar la sensación de relieve. Teófilo rodó varias pequeñas películas de muestra sobre su sistema, que patentó en el 35. Se trata de la patente española ES0140391, publicada ya en enero de 1936, para “Un sistema de aparato para ver estereoscópicamente a cualquier distancia dibujos, fotografías y proyecciones cinematográficas, en negro o color”.
Parece claro que a mediados de esa década existía en España un interés y, lo que es más importante, varios pioneros asombrosos, que estaban en la buena pista para lograr revolucionar el cine en relieve. De nuevo, el conflicto civil se interpuso en sus deseos. De entre esos olvidados inventores, y fijándonos sólo en los primeros años de la industria cinematográfica, hasta principios de los años cuarenta, podemos sorprendernos al encontrar no pocos intrépidos inventores.
No se trata de una exageración el decir que eran casi multitud, es sorprendente la fiebre que existía en ese tipo por conseguir proyecciones cinematográficas con efecto tridimensional. He ahí, por ejemplo, casos tan tempranos como el de Manuel Tárrega Sánchez-Gijón, que alumbró en 1909 un cinematógrafo-proyector para la visualización de películas en relieve. Un año después Ricardo Thos Buxalleu hizo lo propio con su proyector y, en 1914, encontramos el caso de Jaime Bragado Borralleras, que fijó su atención en la obtención de cintas cinematográficas dispuestas para producir efectos ópticos de relieve. El mismo inventor presentó al poco un aparato para la impresión de negativos capaces de producir la ilusión de relieve. Llegados a los años veinte proliferaron los nuevos intentos en esa misma senda. En 1923 es significativa la tecnología desarrollada por Ángel González Lario, que ideó varios tipos de pantallas para crear sensaciones de relieve estereoscópico por medio del uso de dobles imágenes. Pioneros similares fueron Antonio Soles Linares, con su “aparato para la proyección de figuras de toda clase de cintas cinematrográficas produciendo sensación de relieve”, igualmente de 1923, o Luis Buissen Casablanca, que al año siguiente apostó por un método de imágenes superpuestas proyectadas de forma alterna en películas coloreadas para, no sólo obtener sensación de tridimensionalidad, sino también intentar lograr cine a color.
Hubo quien fue más allá, pretendiendo obtener películas tridimensionales partiendo de grabaciones cinematográficas convencionales, tal como hizo Claudio Baradat Guillé en 1924. El ya mencionado Ángel González Lario volvió a intentarlo de nuevo a mediados de los años veinte con un aparato complejo, a modo de red estereoscópica, que se colocaba ante una pantalla de proyección para crear la sensación de relieve por medio de proyecciones múltiples. Todo pensado para se utilizado con películas normales.
Se trata sólo de algunos ejemplos de la época, a los que cabe unir el procedimiento de impresión de películas en relieve ideado por Jaime Maurí en el 28, el procedimiento de cinematografía en relieve de Francisco Salmerón de 1931, o el cinematógrafo en relieve de Estefanía Rosas Pérez, que data de 1935. La lista podría ser casi interminable, y aburrida, por lo que conviene parar aquí, pero la idea ha quedado muy clara: ¡toda una legión de inventores buscaban crear el mejor método para ver películas en 3D antes de la Guerra Civil!
Tras el conflicto, todas aquellas iniciativas cayeron en el olvido y sólo algunos osados soñadores intentaron resucitar el espíritu del cine en relieve. Eudaldo Soler Bofill patentó al borde de la guerra, entre 1935 y 1936, un procedimiento para impresionar películas con efecto de relieve y un nuevo tipo de pantalla para cine tridimensional. Pero, en cuanto a perseverancia, pocos como Edelmiro Borrás López, que patentó numerosos aparatos en los años cuarenta destinados al cine en relieve, dede un sistema de efectos ópticos, un procedimiento de cine a color y un ingenioso aparato de proyección.
Como punto final a esta película, tan real como olvidada, mientras Europa se encaminaba al final de una guerra total, en España Carlos Pérez de Siles intentaba dar salida a su “sistema de proyección estereográfica” pensad para crear sensación de relieve en el espectador sin que fueran necesarias gafas especiales, con patente que data de abril de 1944.
El “cine en relieve” en la España de principios del siglo XX apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 28 diciembre 2016.
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