Versión para TecOb de un texto que publiqué en la revista iHstoria en 2014, a raíz de una conversación reciente en la que se mencionó al increíble Sugita Genpaku y… hay que reconocerlo, varios de los presentes no terminaban de creer que algo así fuera posible, menos mal que la documentación es bastante tozuda.
El aprendizaje de un idioma que no sea el propio se convierte muchas veces en barrera infranqueable para gran número de personas. Ahora bien, hay ocasiones en las que aprender una lengua puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte, entre la oscuridad y el conocimiento. He aquí el sorprendente caso de Sugita Genpaku, el médico japonés que, junto con sus compañeros, tuvo que enfrentarse a un reto asombroso como fue el traducir una lengua que desconocía sin tener acceso a maestros ni diccionarios adecuados.
Contacto prohibido
La historia de las relaciones entre Japón y occidente está repleta de acercamientos, desencuentros, conflictos y desconfianzas. Todavía hoy Japón vive en un extraño estado mental en el que lo más occidental y “moderno” se une a la tradición más ancestral. Desde que a mediados del siglo XVI los portugueses tuvieran los primeros encuentros con Japón, introduciendo de paso las armas de fuego, los contactos con Japón no dejaron de ir en aumento. Al poco llegaron los ingleses y no mucho más tarde tuvo lugar la primera misión japonesa en Europa, allá por el año 1582. Fue la época en que se desarrolló el comercio con los españoles llegados de las Filipinas. La crónica de los contactos con europeos parecía marchar por caminos venturosos, aunque siempre conflictivos, hasta que en 1600 llegó a Japón el primer barco holandés. Y, en ese punto, la cosa comenzó a torcerse de mala manera para el comercio entre estos dos mundos. En 1616 se prohibió el comercio con cualquier barco, salvo con los chinos. Sólo se permitió el comercio con occidente en el puerto de Hirado, en Nagasaki. La situación fue empeorando con la retirada de los ingleses y la posterior prohibición del comercio con España y Portugal. En pocos años Japón pasó a convertirse en un país completamente aislado del mundo, situación que se mantuvo casi sin cambios hasta bien entrado el siglo XIX.
Sólo había un lugar en todo el Japón de aquella época de aislamiento en el que se podían ver barcos occidentales, era la isla artificial de Deshima, en Nagasaki. Eso sí, sólo se permitían barcos holandeses, que mantuvieron un tráfico regular de mercancías, a modo de concesión o monopolio con Japón, desde 1641 hasta 1853 o lo que es igual, gran parte del periodo Edo. Ningún occidental que no fuera holandés podía negociar nada con Japón aunque, claro está, por muy holandés que uno fuera tampoco podías visitar el interior del país, pues era terreno vedado a los extranjeros. Así estaban las cosas, con los holandeses y sus barcos en Deshima y sin ningún contacto japonés con los occidentales. La razón del bloqueo interior es un tanto oscura, pero se sabe que Deshima estaba pensada originalmente para acomodar navíos españoles y portugueses, además de ingleses y holandeses eventualmente. Sin embargo, una rebelión que tuvo lugar en 1637, aparentemente apoyada por portugueses y españoles, fue abortada con apoyo de los holandeses, que se ganaron el puesto monopolista del comercio con occidente. La Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales instaló su base de operaciones en Deshima por orden del Shogun, abandonando el puerto de Hirado, en mayo de 1641.
La odisea del atlas de anatomía holandés
Con los holandeses en Deshima como único vínculo material con occidente, las relaciones exteriores de Japón se limitaban a sus vecinos, sobre todo China y Corea, aunque tampoco es que fuera algo muy fluido. En este marco de aislamiento es donde vivió Sugita Genpaku, médico japonés que, siendo ya octogenario, decidió escribir una especie de autobiografía, Rangaku Kotohajime, en la que desveló un secreto guardado durante décadas. Genpaku, nacido en 1733 y fallecido en 1817, tuvo ocasión de asistir a una autopsia singular en 1771, un hecho que le cambió para siempre.
El cuerpo objeto de la autopsia pertenecía a una mujer ejecutada a causa algún delito del que ya no queda recuerdo. La oportunidad para Sugita Genpaku y otros médicos era única, pues existía cierto tabú hacia la manipulación de cadáveres que, siendo el cuerpo de una criminal, podía pasarse por alto. Los médicos contaban con todo el bagaje chino tradicional, pero además les había llegado cierta información por parte de los holandeses que deseaban poner en práctica. Además, habían logrado hacerse con un atlas anatómico muy detallado, obra del anatomista alemán Johann Adam Kulmus.
Al abrir el cadáver de la desdichada mujer se abrió todo un nuevo mundo para aquellos médicos japoneses. Las láminas del libro holandés mostraban con minucioso detalle la localización de los órganos, pero poco de aquello concordaba con los conocimientos tradicionales que les habían enseñado. El saber chino ancestral no se acercaba ni de lejos al nivel de precisión que mostraba la medicina occidental, estaban completamente desconcertados. Para aquellos médicos el libro de los holandeses se convirtió en una joya sin igual, por lo que Sugita Genpaku y sus compañeros decidieron embarcarse en una aventura con el objetivo de extraer todo el conocimiento que allí se encontraba oculto. Si, en efecto, oculto porque aunque las láminas eran claras, los textos estaban escritos en holandés y ellos no tenían ni idea del holandés escrito, si acaso lograban entender palabras en una conversación con comerciantes holandeses, pero no entendían la grafía del alfabeto ni la gramática.
El resultado de la aventura fue un nuevo libro, el Kaitai shinsho o “Nuevo libro de anatomía”, fruto de cuatro intensos años de trabajo traduciendo el libro holandés, un volumen que llevó la anatomía occidental a Japón por primera ven en su historia. Pero claro, la cosa tenía mucha miga porque, ¿cómo narices se puede traducir algo del holandés si no se tiene ni idea del idioma, ni diccionarios adecuados ni maestros? Ahí está el mérito.
La excepcional autopsia de 1771 les había demostrado que el milenario saber anatómico chino no se ajustaba a la realidad, mientras que aquello mostrado en las láminas del libro holandés era asombrosamente exacto. La traducción del holandés al japonés se impuso como algo vital para poder avanzar hacia una mejor práctica médica. El equipo médico trazó un plan magistral, llevado a cabo con rigor y pasión. Al cabo de los años, preguntando a los holandeses, consultado un pequeño libro de citas y haciendo verdadera ingeniería inversa sin saber hablar holandés, consiguieron traducir aquellos extraños garabatos que para nosotros son tan comunes y dieron vida a la nueva anatomía japonesa, basada ahora en la occidental.
Aquel libro escrito por un anatomista alemán, traducido al holandés, llevado a Japón y convertido tras miles de horas de trabajo en un manual de anatomía precisa para médicos japoneses fue, en la práctica, el primer libro occidental traducido al japonés, escrito con el método caligráfico chino del kanbun. Pero, además, dado que muchos de los órganos y detalles anatómicos descritos en la obra de Kulmus no tenían equivalente en japonés, porque no sabían hasta entonces que existían, pasaron a formar parte del idioma japonés como palabras importadas de su equivalente holandés o, mejor dicho, de su sonido.
Más información:
La asombrosa aventura de Sugita Genpaku apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 8 abril 2016.
via Tecnología Obsoleta http://ift.tt/16aeRP1
No hay comentarios:
Publicar un comentario