Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de marzo de 2016.
El Kinethórizon es un instrumento de astronomía popular que permite fácilmente averiguar la hora de salida, paso por el meridiano y ocaso de cada una de las estrellas en cualquier día del año, valiéndose de un planisferio celeste o de una esfera, como así mismo cuáles estrellas están a la vista y cuáles bajo el horizonte en un momento dado…
Fragmento de la introducción a la patente española número 16.920,
concedida a Don Mario Roso de Luna en 1895.
He aquí un instrumento que ha alcanzado cierto aura de misterio. Es conocido que Roso de Luna inventó cierto aparato astronómico al que llamó Kinethórizon, dato mencionado en todas sus biografías, pero pocas veces se ha mencionado con detalle de qué se trataba o para qué fue ideado. Escribo estas letras justo cuando tengo delante de mí una copia de la patente original de Roso de Luna, obtenida gracias a la siempre encomiable atención del Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas de Madrid. Bien, con el expediente ante mis ojos, creo que es hora de desvelar de qué se trataba el tal Kinethórizon. No se espere algo místico ni espectacular, más bien estamos ante algo entrañable, útil y ciertamente curioso, un objeto que servía de guía del cosmos. Los astrónomos aficionados de hoy día, o seguidores de la astronomía popular, como se decía entonces, comprenderán muy bien de qué se trata.
El enigmático “mago” de Logrosán
Antes de describir la invención como tal, no estará de más recordar la figura de Mario Roso de Luna. Polifacético, misterioso, asombroso, raro… se pueden buscar mil palabras para describir la vida de este hombre que vino al mundo en la cacereña localidad de Logrosán mediado el mes de marzo de 1872. Cuando abandonó su existencia, en 1931, dejó una huella que es difícil de clasificar o siquiera describir. Fue abogado, pero no un hombre de leyes común. Practicó la astronomía, pero no era un científico en el sentido clásico. Era escritor y, sin embargo, sus obras iban más allá de ser libros impresos para tal o cual disfrute u objetivo, tenían un alma especial. En definitiva, Roso de Luna tocó tantos temas y ámbitos que resulta asombrosa su febril actividad desplegada a lo largo de toda una vida.
Roso de Luna fue un miembro muy activo del Ateneo de Madrid, además de teósofo renombrado. ¡Alto! Veremos que en todas sus biografías se menciona uno de los aspectos más importantes de su vida, esto es, ser un teósofo prolífico, traductor de Helena Blavatsky y mil y un méritos relacionados. Pero, a estas alturas del siglo XXI eso de la teosofía le sonará a chino a gran parte de los lectores. Teniendo en cuenta que Roso de Luna puede considerarse como el teósofo más prominente de la España a caballo entre los siglos XIX y XX, o al menos el más famoso por su prolífica obra, no vendrá mal mencionar qué es la teosofía.
No es tarea sencilla. La teosofía es un corpus de pensamiento, o una filosofía, a medio camino entre el racionalismo occidental, el esoterismo clásico y la influencia oriental. Eso es como no decir nada, porque la mezcla de influencias es tan compleja en la teosofía que no hay una vía sencilla para entender de qué se trata. De forma un tanto reduccionista podría decirse que la teosofía busca un camino de conocimiento a través de la síntesis de los saberes de oriente y occidente, de la ciencia y la religión, buscando la esencia común en toda forma de conocimiento. Esta fusión de todas las religiones, la ciencia y la filosofía, fue impulsada por la ya mencionada Helena Blavatsky y otros personajes de finales del siglo XIX hasta convertir a la teosofía en un movimiento rampante que parecía ir por el camino de convertirse en una de las filosofías más exitosas del nuevo siglo. Esta extraña mezcla de esoterismo, religión y ciencia, libros revelados y textos de complejo significado ha tenido gran influencia en multitud de corrientes filosóficas, religiosas e incluso políticas actuales, aunque su huella se ha ido desdibujando para el común de los mortales y ya apenas aparece la teosofía mencionada en la vida diaria.
En tiempos de Roso de Luna la situación era, precisamente, la contraria. Los teósofos, esos buscadores de la síntesis del conocimiento universal y el esoterismo, aparecían por doquier en la prensa de medio mundo. Y, precisamente, el incansable “ateneísta” que fue Roso de Luna puede considerarse como el teósofo más influyente en España. Sin embargo, el de Logrosán no era un esoterísta u ocultista clásico. Tampoco era un científico, ni un mago, ni un filósofo… él era un caso especial. No encajaba en ninguno de esos mundos y, precisamente por eso, tanto el científico de laboratorio como el esoterista mágico lo podrían considerar como un “bicho raro”.
A medio camino entre lo espiritual y lo material, alejado de cualquier religión tradicional, casi como un hereje, Roso de Lua fue alumbrando una obra literaria de asombrosa amplitud tanto por su cantidad como por el amplio abanico de intereses tratados en ella. Ni siquiera era un teósofo que siguiera las directrices fijas de tal o cual rama o escuela, él iba por libre en todo. Roso fue pasando por diversas etapas en su vida literaria, desde lo más cercano al ensayo científico, hasta la filosofía de la religión o la psicología. Todo le interesaba y a todo le hincaba el diente con su particular forma de ver el mundo. Sus conferencias dejaban al público con hambre de conocimiento y sus libros se vendían con bastante buena fortuna. Nos quedan sus libros, hoy un tanto apartados de las corrientes principales de pensamiento, que siguen sin encajar en ninguna parte. Libros sobre música, la mente, la tradición, historia, filosofía, arqueología y, cómo no, su siempre querida astronomía.
El Kinethórizon, una herramienta para el astrónomo aficionado
En 1895 apareció publicado un librillo de lomo escaso y muy curioso que tuvo cierto éxito. En realidad no era un libro como otros, sino un libro-instrumento. Los astrónomos aficionados saben que, entre su arsenal más querido, siempre ha de estar presente un planisferio celeste móvil, con el que poder contemplar la “ventana” de estrellas que son visibles en cierto lugar y época del año. Bien, aquel libro era un manual que llevaba en su interior un instrumento de cartón y una lámina móvil de aspecto metálico formando un planisferio singular.
El título del librillo lo decía todo: Kinethórizon, instrumento de astronomía popular. El libro-instrumento de Roso de Luna pretendía servir de herramienta para que cualquier persona pudiera conocer el firmamento y, por ello, puede considerarse como una de las primeras guías del cielo que, a la vez, incluían algún tipo de herramienta de observación celeste.
En la portada aparece todo un despliegue de poderío por parte del autor: Dr. D. Mario Roso de Luna. Descubridor del cometa de su nombre. Caballero de la Real y distinguida Orden de Carlos III y de la de Isabel la Católica etc, etc… Que conste, lo de “etc” viene incluido en el original, y no es para menos, porque la lista de reconocimientos era bastante extensa. Se cuenta que incluso fue premiado por la Academia de Inventores de Francia por su aparato astronómico. ¡Ahí es nada! Tras pasar unas cuantas hojas con explicaciones detalladas del artilugio, tablas y demás contenidos, se llega al punto medio de la obra, donde aparece un bello planisferio celeste ecuatorial, “arreglado a la latitud media de España”, con su correspondiente hemisferio boreal y austral. Y, sobre el cartoncillo en el que aparecen los hemisferios y en tinta impresa las estrellas, la Vía Láctea y las coordenadas celestes, se despliegan con orgullo dos láminas de brillo metálico, móviles alrededor de los polos celestes. ¡Son horizontes móviles! Y, al igual que en los planisferios modernos, construidos con plástico generalmente, este horizonte móvil permitía calcula la ventana celeste que en determinada fecha podía observarse.
El libro se completa con una serie de ejercicios prácticos que muestran la potencia del aparato de cartón, tan aparentemente simple como útil. Los planisferios de hoy día posiblemente no beben directamente del Kinethórizon, pero sí son sus herederos en cuanto a utilidad. Roso de Luna se adelantó a su tiempo dando vida a un concepto que todavía hoy, y posiblemente por siempre, será de utilidad vital para todo astrónomo aficionado que se precie, por mucho que se haya cambiado en muchas ocasiones el cartón y los diales de plástico o metal por aplicaciones informáticas en móviles o tablets.
Aquel libro con planisferio móvil incluido fue el producto final que partió de la necesidad de nuestro inquieto “mago” para transmitir de forma sencilla sus conocimientos sobre el cosmos. La obra bebía de forma directa de la patente que tengo ahora mismo ante mí. Esos viejos papeles con 120 años de vida nos muestran un ingenio agudo y una capacidad didáctica singular.
Este expediente número 16.920, instruido a instancia de Don Mario Roso de Luna, de Logrosán, Cáceres, tal y como aparece en su primera página, da la bienvenida al lector a la descripción de un artilugio tan sencillo como apasionante. La solicitud de patente fue presentada en el Gobierno civil de Cáceres el 30 de enero de 1895 a las 11,35 de la mañana. Tan puntilloso dato que nos dejó el secretario de turno, no es más que un recuerdo burocrático de la pasión de Roso por legar algo especial a la posteridad. El de Logrosán no patentó ninguna invención más. Tampoco era un inventor común, lo suyo eran más la ideas y el pensamiento y, sin embargo, alumbró este artilugio sencillo, potente y entrañable para el auxilio de todos los enamorados del cielo y las estrellas. Tal y como aparece en la descripción de la patente…
El principio científico en que se basa consiste en que el horizonte de cualquier lugar puede determinarse sobre un planisferio trazando en cada hemisferio dos arcos de círculo que pasen respectivamente por dos puntos opuestos del ecuador celeste y por un tercero variable con la latitud del lugar a que se quieran referir las observaciones o cálculos…
La descripción detallada del Kinethórizon se despliega a lo largo de doce añejas cuartillas, que incluyen dos láminas con planos para su construcción, tanto como planisferio clásico como en una esfera sobre soporte, con reloj astronómico. Muchos astrónomos aficionados de la España a camino entre los siglos XIX y XX utilizaron aquellos sencillos cartoncillos articulados, deslizando sus dedos entre los diales móviles para descubrir el cielo estrellado y acercarse un poco a la eternidad.
El Kinethórizon de Roso de Luna apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 2 abril 2016.
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