Versión para TecOb del artículo que publiqué en Historia de Iberia Vieja, edición de abril de 2016.
Sanz es un poderoso ventrílocuo. Posee una admirable facilidad para cambiar el metal de voz y dar a cada una de sus marionetas una vida física real, auténtica, palpitante, sugestiva, espiritual. Puede afirmarse que los 25 o 30 autómatas que constituyen su compañía, son seres con un alma propia y con un organismo anatómico semejante al nuestro. Es preciso observar de cerca la complicadísima maquinaria de cada muñeco. (…) No se crea que son figuras con movimientos espasmódicos y de ademanes rígidos. Caminan, bailan, ríen, lloran, fuman y cantan. Hacen lo que hacemos nosotros…
Caras y caretas, edición del 2 de marzo de 1912.
Habitan en el Museu Internacional de Titelles d’Albaida, en Valencia, ciertos personajes que merecen buen recuerdo y que, de haber sido creados en otras tierras, seguramente se encontrarían entre las más reconocidas invenciones ligadas al mundo del espectáculo de toda la historia. Se trata de ciertos autómatas ideados por quien, a decir de Ignacio Ramos Altamira en su libro sobre el personaje que nos ocupa hoy, fue “el mejor ventrílocuo del mundo”, o al menos lo fue en el primer tercio del pasado siglo XX.
Ventrílocuo e inventor
¿Un ventrílocuo inventor? Ciertamente, y a demás de un ingenio sin fin. Francisco Sanz Baldoví, titiritero y artista sin igual, vino al mundo en la valenciana localidad de Anna en 1871, o 1872 según otras fuentes. Menos de siete décadas más tarde, en 1939, justo cuando España se encontraba sumida en las tinieblas de la guerra, el cómico abandonó este mundo. Pero, aunque no fuera larga su vida, sí fue muy intensa. Es una lástima que actualmente apenas sea recordado, porque no se trató de un simple ventrílocuo que animaba marionetas de trapo con una mano ensartada en la espalda del muñeco, nada de eso. Lo más asombroso de Francisco Sanz es que dio vida a toda una compañía de actores mecánicos, verdaderos autómatas de tamaño real que levantaron el asombro de medio mundo en su época.
Los actores mecánicos de Sanz son un prodigio de la ingeniería, que actuaron en decenas de ciudades de España, Portugal y varios países americanos en diversas giras de gran éxito, desde Argentina hasta México, pasando por Brasil, Perú o Cuba. Adelantado a su tiempo, lo suyo no eran simples actuaciones cómicas, sino verdaderos “shows” multimedia, si se me permite la licencia, mezclando en cerca de dos horas de duración todo tipo de números de humor, teatro, canciones, monólogos y hasta recitales de guitarra. En un mundo en el que todavía no había nacido la televisión, las actuaciones del valenciano titiritero eran lo más parecido a un programa de variedades en formato condensado.
En su niñez el bueno de Sanz ya mostró grandes cualidades artísticas. Cuentan que aprendió a tocar la guitarra, pasión que nunca le abandonó, como autodidacta. En su localidad natal y en los pueblos de los alrededores también desplegó su talento como actor y cómico. Pero lo suyo no era una vocación que fuera por lo convencional dentro del mundo del entretenimiento, no iba a ser cantante, ni músico, ni actor, ni siquiera cómico, él iba a convertirse en una mezcla sobresaliente de todo eso y mucho más, reunido en la figura del ventrílocuo. Lo de ser ventrílocuo se metió en su sangre, y nunca le abandonó, dede que con menos de veinte años de edad pudo contemplar asombrado una actuación de ese tipo. Quedó pasmado, literalmente, tanto que decidió ir por ese camino a partir de entonces.
Al poco podemos encontrar a Sanz como cantante cómico en varios teatros de la capital valenciana. En 1900 contrae matrimonio con Pepita Sols, igualmente natural de Anna, unión que tendrá como fruto tres hijos. Su fama como comediante se va extendiendo y comienza a actuar en importantes locales de Barcelona. Finalmente, en 1902, la vida de Francisco Sanz cambia para siempre. Fue a finales de abril de ese año cuando su deseo de tantos años, el convertirse en ventrílocuo, se convirtió en realidad. De una primera actuación en Alcoy, pasa a representar su espectáculo de monólogos y ventriloquía en Alicante. Sus primeros muñecos le acompañan por Valencia y Barcelona, mientras se dedica a estudiar guitarra con gran provecho, bajo las enseñanzas de Francisco Tárrega. En 1905 es contratado por el Circo Alegría para recorrer toda España, su estrella estaba en ascenso y, al año siguiente, se presenta en teatros de Madrid donde logra tal éxito que puede a partir de ese momento salir de gira nacional con su propia compañía. De esa época data su amistad y relación profesional con el mecánico Lorenzo Mataix, de quien no se despegará en las siguientes décadas de éxito en éxito.
La Compañía de actores mecánicos
Toda España conocía ya las aventuras de Sanz y su compañía cómica, aparecía por doquier en la prensa y era, literalmente, uno de los más famosos personajes de su tiempo. Había llegado el momento de saltar la frontera. En 1910 actúa en Lisboa y en otras ciudades portuguesas. Un año después le podemos encontrar con uno de sus primeros autómatas en el Circo Prince. Actúa en Barcelona y comienza a grabar discos. Todo lo que toca se convierte en oro, sus actuaciones, ya sean en directo o “enlatadas” se hacen célebres. Todo estaba preparado para su salto a América, continente al que viaja entre gran éxito en varias ocasiones.
Sus muñecos no eran simples “peleles”, tenían algo muy especial, y ahí es donde entraba la necesidad de contar con un equipo técnico y mecánico adecuado. Ahí estaba cierta especie de orador sabelotodo que asombraba al público, o famoso Frey Volt, o el muñeco Don Liborio. Aquellos y otros muñecos a los que daba vida y voz el genial Francisco Sanz tenían su hogar en tiempos de la Gran Guerra en un taller del Teatro Ruzafa de Valencia. Ahí nacía la magia, aquella sorprendente mezcla de tecnología y arte escénico que levantó pasiones en teatros de medio mundo, que entretuvo a la familia real en Madrid y que, además, sirvió de ingrediente principal para una película.
Sí, en 1918 ve la luz una película muda que se creyó perdida hasta épocas recientes. Se trata de “Sanz y el secreto de su arte”, una extraña mezcla de documental y obra teatral que tiene como protagonistas a los actores mecánicos de Sanz. Dirigida por Maximiliano Thous, aparece en ella Francisco Sanz mostrando los secretos que daban vida a sus queridos muñecos. Una lástima que, al ser película muda, no quede registro del sonido y de sus explicaciones de viva voz. Gracias a la labor de la Filmoteca de la Generalidad Valenciana, se pudo recuperar esta joya en 1997.
Curiosamente, la idea de grabar una película sobre sus muñecos parece que llegó por culpa de una afonía que afectó al artista en 1917. Al tener que pasar menos tiempo actuando como ventrílocuo, mientras se recuperaba, fue preparando junto con el director lo que se convirtió en una de las películas más avanzadas de su época. Sanz y el mecánico Mataix mostraban en pantalla los detalles que habían especiales a esos entrañables muñecos. Actuaban Panchito, Melanio, Juanito, don Liborio, Fulgencio, Lucinda y, como no, Frey Volt, entre muchos otros. ¡Era toda una familia de autómatas! Todos ellos con su propia personalidad y dotados de movimientos asombrosos. No debe extrañar que, por ejemplo, las manos completamente articuladas de Frey Volt y su capacidad gestual, propia de un avanzado robot, fueran considerados como la más adelantada muestra del arte de los automátas jamás vista.
Pasado del estreno de la película, continúa Sanz con sus giras, sin pausa. Viaja de nuevo por toda España, para saltar incluso a Orán, en Argelia. En París intenta abrir nuevos caminos pero no consigue el éxito esperado. Una última gira americana será su broche de oro a una carrera sin fin que termina en el silencio en su natal Anna en 1939. España no estaba por entonces para mucha comedia y la oscuridad de ese tiempo acabó son el recuerdo del gran Francisco Sanz en muy poco tiempo.
Mucho más que simples muñecos
¿Qué hace de los autómatas de la Compañía de actores mecánicos algo tan especial? Aquellos muñecos capaces de tener vida propia, con diversas voces que surgían del ventrílocuo prodigioso que era Sanz, asombraron al público porque parecían realmente seres humanos y no máquinas o marionetas.
Desde su época de transformista, en obras como el célebre monólogo “Oratoria de Fin de Siglo”, Sanz quiso ir más allá de la simple actuación cómica. De su esfuerzo y con ayuda de su mecánico personal, fue creando una familia de auténticos robots, muy alejados del clásico muñeco de ventrílocuo. Los actores mecánicos eran externamente similares a otros muñecos de su época, cada cual con su decoración apropiada al carácter que se quería dar a cada uno de los personajes. Ahora bien, toda la compañía estaba unida a una especie de armadura invisible, que era controlada por Sanz con sus pies. Los muñecos estaban articulados, de tal manera que podían mover los brazos, girar la cabeza y realizar gestos. Al hablar, siguiendo el ritmo impreso por Sanz como ventrílocuo, parecían expresarse como si estuvieran vivos. En algunos casos, como por ejemplo con el muñeco de Don Liborio, además de ser controlado por medio de un ingenioso sistema que conectaba a Sanz con el personaje, también podía realizar algunos movimientos de forma autónoma. Esto convertía la actuación en algo siempre espontáneo y cercano al comportamiento de un ser humano.
Bajo la cobertura del muñeco aparece un armazón de madera, completamente articulado, dotado de mecanismos de varillas metálicas pensados para desarrollar toda clase de movimientos naturales. No era simplemente una colección de dos o tres giros, sino que podía imitar comportamientos realmente complejos. He ahí, junto con su habilidad como comediante, ventrílocuo y guitarrista, la clave del éxito de Sanz. Él y sus muñecos eran uno solo en el escenario, y todo discurría con tal naturalidad que causaba asombro. Los rostros de los autómatas más perfeccionados de la compañía eran algo increíble. Dentro de sus cabezas habitaban complejos sistemas de relojería capaces de controlar el movimiento de los ojos, los párpados, la boca… ¡incluso alguno de ellos podía fumar!
Aunque ya ha pasado casi un siglo, podemos contemplar hoy día la película que Sanz nos legó en 1918, en la que se observa el comportamiento casi humano de sus compañeros mecánicos. Puede que en nuestro mundo saturado de robótica y de efectos especiales no tengan nada de especial y resulten arcaicos pero, cuando se piensa que estos autómatas están creados a principios del siglo XX, el logro ser convierte en algo digno de mención y de recuerdo.
Francisco Sanz y los actores mecánicos apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 29 abril 2016.
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