He topado en una librería de Urueña, la vallisoletana Villa del Libro, con una obra curiosa, surgida de la pluma de un fantasioso oportunista con sueños de inmortalidad. Se trata de una edición en castellano del año 1945 de Las fuentes renovadas de la vida, de Serge Voronoff (o Vóronov según otras grafías, sobre todo en traducciones al castellano de la primera mitad del siglo XX).
Voronoff fue uno de los más reconocidos miembros de cierta clase de médicos que, simplemente utilizando especulaciones intuitivas más o menos fundadas, se lanzaron en el umbral del cambio de centuria, entre los siglos XIX y XX, a “revolucionar” la biología y la práctica médica. Sin conocer realmente los fundamentos de aquello que pretendían, soñaron con la inmortalidad o, si acaso, añadir vida a la vejez, por medio de procedimientos que hoy pasmarían a cualquiera.
Cierto es que se le puede considerar como pionero de los trasplantes, pero sólo de un modo muy superficial, pues actuaba por simple impulso intuitivo y no fue realmente precursor de las técnicas quirúrgicas empleadas posteriormente en ese campo. No, lo de Vóronov, además de ser historia bastante conocida, raya más en lo terrorífico que otra cosa. Antes de volver al libro que mencioné antes, cabe la oportunidad de repasar someramente la vida de este aventurero del bisturí.
Ese libro data, en su versión original, del año 1943, cuando la estrella de Voronoff estaba cayendo en picado. Sin embargo, durante décadas su trabajo fue considerado como revolucionario. Nuestro personaje era un médico de origen ruso, afincado en Francia desde su juventud, a finales del siglo XIX, que había encontrado fuente para su fascinación en lo que les sucedía, desde el punto de vista fisiológico, a los eunucos. Sucedió mientras estuvo trabajando en Egipto, preguntándose si el supuesto envejecimiento acelerado de los eunucos podría guardar algún secreto capaz de revitalizar a los ancianos.
Veamos, el razonamiento que gobernó a partir de entonces la vida y pensamiento de Voronoff es extremadamente simple, por no decir simplón: si la falta de testículos lleva a la senectud acelerada, la ingestión, inyección o injerto de materia testicular joven debe llevar al rejuvenecimiento. El voluntarioso cirujano probó la idea consigo mismo, pero parece que las inyecciones de extractos de tejido testicular animal no le causaban los efectos esperados. Por ello, pasó a experimentar con animales y, posteriormente, con humanos, realizando en su caso injertos de tiroides animales en humanos y, cómo no, de tejido testicular de monos en hombres ancianos. Su entusiasmo no tenía límites y, en poco tiempo, con maniobras publicitarias que rozan la genialidad, logró tener una lista de clientes con carteras repletas dispuestos a rejuvenecer gracias a un injerto de testículo de mono. La fiebre por el tratamiento Voronoff duró bastantes años, alcanzando su mayor exaltación en la década de los veinte. Posteriormente cayó en desgracia, más que nada porque, salvo por efecto placebo, aquellas prácticas no proporcionaban ningún beneficio real, ni rejuvenecimiento de ningún tipo. Llegados a los años cincuenta, sus ideas cayeron en desgracia y, la legión de colegas que antes le había apoyado, decidió guardar silencio.
Voronoff tal y como aparece en la revista Caras y caretas, edición del 19 de noviembre de 1938. (Biblioteca Nacional de España).
Hay que reconocer que, a falta de fundamentos científicos reales, las experiencias de Voronoff estaban aderezadas con una dosis brutal de voluntad, diría más bien que se trataba de una obsesión. Repasar las páginas de Las fuentes renovadas de la vida no deja indiferente a nadie. He aquí el objetivo final de este post, el “escuchar” de la mano de palabras escritas por el propio Voronoff la justificación y descripción de su trabajo.
En 1919 Vóronov pronunció su más famosa conferencia en el gran anfiteatro de la Facultad de Medicina de París, con motivo del XXVIII Congreso Francés de Cirugía. En ese lugar y momento, dijo lo siguiente: He descubierto un remedio contra la vejez. Llevo ya rejuvenecidos cierto número de animales.
Tres años más tarde, en el Laboratorio de Fisiología Experimental del Colegio de Francia, ante un público asombrado, presentó la historia de uno de sus primeros clientes “rejuvenecidos”, un tal sir Arthur Liardet. Lo que siguió fue el delirio: cientos de peticiones de todas partes del mundo y una atención desbordante por parte de los medios de comunicación.
En el libro que menciono, nuestro protagonista afirma que los injertos tiroideos y testiculares animales podrían servir para descubrir el secreto de la juventud. En ningún momento afirma que esté cerca de lograr la inmortalidad, cosa que le hubiera dado bastantes dolores de cabeza, sino que podía ofrecer energía y mejor calidad de vida a los ancianos (léase hombres, claro está).
De su estancia en Egipto, comenta: …realicé personalmente un gran número de observaciones en los hombres castrados. los eunucos no quedan privados, de modo terminante, de ninguna función como no sean las dependientes de las glándulas genitales. (…) Sin embargo, la actividad de todas las glándulas está debilitada, como lo está igualmente el funcionamiento de la totalidad de los órganos. Es una vida lánguida. Por no recibir el estímulo determinado por la secreción de las glándulas genitales, las células de todo el cuerpo han perdido su vigor, su energía. El pensamiento de los eunucos es perezoso y su memoria muy débil. (…) El decaimiento físico alcanza a todos los órganos; como consecuencia, son seres de vitalidad lenta, amortiguada y además envejecen prematuramente. De los cuarenta a cuarenta y cinco años, su piel pierde la tersura, se arruga y hácese escamosa. Después de los cincuenta, es en ellos frecuente la aparición del arco senil de la córnea, al paso que en los hombres normales es raro verlo antes de los setenta años. Poseen menos resistencia para las infecciones. Alcanzan rara vez edades avanzadas, y de modo prematuro se dibujan ya en ellos los rasgos de la vezjez. A ninguno le vi rebasar los sesenta años. Mucho antes de su fin, y por su lamentable aspecto, se caería fácilmente en el error de atribuirles una edad provecta. Dan efectivamente la impresión de viejos…
Esta serie de observaciones superficiales, y muchas más, fueron más que suficientes como para que en la mente del médico obsesionado con la vejez se sumaran uno y uno para hacer dos. Si la falta de testículos lleva a la vejez acelerada, un suplemento de tejido testicular debería conducir a un rejuvenecimiento. Acerca de la mujer, menciona también la posibilidad de injertos de ovario, pero la cosa queda simplemente indicada en escasos párrafos. Los testículos eran la cuestión principal que se convirtió en su mayor preocupación y en la de muchos de sus contemporáneos: …los hombres dotados de glándulas genitales muy bien constituidas, ricas en secreciones internas, prolongan su juventud más allá del término habitual y consiguen edades muy avanzadas. Mientras aquéllas sigan vertiendo en la sangre el preciado producto por ellas elaborado, el vigor corporal se mantendrá en toda su plenitud. (…) Tan sólo alcanzan estas edades los hombres dados al amor, y esto es fácil de comprender. ¿Si estos hombres, de tanta edad, conservan todavía tal poder, no sería ello la mejor prueba de su vigorosidad?
Clásico ejemplo de observaciones que llevan a una supuesta conclusión lógica pero que carecen de fundamento (correlación no implica causalidad). Sea como fuere, la idea caló hondo y dio forma a toda una industria millonaria de injertos de tejido testicular de mono. Voronoff ofrecía una clara esperanza basada en la observación positiva de cientos de casos de recuperación, o al menos eso era lo que vendía como tal: …Brown-Sequard, el sabio investigador que ocupó la cátedra de fisiología en el Colegio de Francia, fue el primero en Europa [se menciona en el libro el posible antecedente de la medicina tradicional china] que trató de conseguir un remedio contra la depresión ocasionada por la edad avanzada. Antes que nadie comprendió el transcendental papel que tienen las glándulas genitales y señaló la parte que les corresponde en la complejidad de trastornos que ofrecen los órganos en la vejez. (…) Fue el primero en practicar en los ancianos inyecciones de jugo obtenido de la trituración de glándulas genitales de animales. [A continuación menciona la dificultad de conservar esos “jugos” y las ventajas del injerto] (…) Fue en 1919, después de haber realizado ciento veinte experimentos de injerto en animales cuando dejé establecidas las bases de mi técnica. (…) Una vez hube terminado mi labor preparatoria [con animales] surgió un gran inconveniente al querer aplicar al hombre el procedimiento ensayado en los animales. En la nueva cirugía que emprendía, no se trataba de privar al individuo de un órgano enfermo, sino al contrario, de dotarlo de otro sano. Pero, he aquí el problema: ¿de dónde extraerlo? (…) Para injertar una glándula a un anciano sería preciso extraerla a un hombre joven. Desde el punto de vista humanitario, no es lícito privar a un joven de una fuente de energía en provecho de otro que ya agotó la suya después de largo usufructo. (…) Las escasas ofertas que se me han hecho en este sentido me han confirmado que los hombres atribuyen a sus glándulas genitales un precio realmente extraordinario y tan sólo asequible a los archimillonarios. En su actitud no carecen de razón, lo censurable de ella está en querer especular con su oferta. En contraste, debo citar la admirable conducta de un joven ingeniero que ofrecía una de sus glándulas para poderla injertar a su anciano padre, agotado por la edad…
Ante estos problemas, Voronoff decidió optar por el injerto de tejido testicular de mono en humanos. Sin embargo, durante años intentó una vía alternativa. Se ha mencionado en muchas ocasiones que realizó injertos de testículo de condenados ejecutados en Egipto, pero no he logrado encontrar datos que lo prueben sin sombra de duda. Lo que sí se sabe es que Voronoff luchó durante años para conseguir permiso para extraer los testículos de algún ejecutado en la guillotina. Todos sus esfuerzos terminaron en negativa: “…quizá no fuera del todo imposible obtener la autorización para poder extraer ciertos órganos de los individuos condenados a muerte inmediatamente después de su ejecución; sin embargo, tal proposición fue siempre rechazada por los presuntos beneficiarios en medio de profunda repugnancia originada por el hecho de que sería la anexión a su cuerpo del órgano de un criminal…”
Puede que Voronoff no se atreviera a afirmarlo, pero muy posiblemente sí se utilizaron testículos de ejecutados para este tipo de procedimientos de “rejuvenecimiento”, tal y como pudo suceder en el caso de Clarence “Buck” Kelly, ahorcado por asesinato en 1928.
Serge Vóronoff y los injertos testiculares apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 14 agosto 2015.
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