He tratado en anteriores ocasiones este asunto (algunas se remontan incluso al año 2005), pero vuelve de nuevo a TecOb debido al reciente artículo (noviembre 2019) que publiqué sobre ello en la revista Historia de España y el Mundo. Esta es la versión para TecOb de ese artículo.
Ingeniería a escala de gigantes
En los últimos años se viene hablando de retomar proyectos para la construcción de un túnel bajo el estrecho de Gibraltar, o bien una presa-puente. En este último caso se menciona la utilidad que podría tener un proyecto así para mitigar los efectos del calentamiento global en el Mediterráneo, controlando el nivel de las aguas en el estrecho. El tiempo dirá si alguno de esos proyectos ve la luz, mientras tanto, nos vamos a ocupar aquí de recordar algunos megaproyectos que tenían también a Gibraltar en el punto de mira a principios del siglo XX, unos planes que iban más allá de lo imaginable.
A lo largo del último siglo se han planteado proyectos de tamaño inconmensurable por doquier y, por lo general, sin que los aspectos climáticos o ambientales importaran demasiado. Desde el uso de armas atómicas para vaporizar cordilleras o crear puertos artificiales, hasta la creación de presas de tamaño gigantesco. Es más, no solía pensarse que calentar el Ártico, por ejemplo, fuera un gran problema sino más bien una ventaja. Hoy en día muchos sueñan con un Ártico libre de hielos todo el año por el que pueda circular la mayor red de transporte de barcos portacontenedores imaginable. Es algo muy alejado de lo que el sentido común nos dicta, grandes ideas de “geoingeniería” que pasan por encima de los problemas climáticos como si de una apisonadora se tratara.
Véase, a modo de muestra, cómo planteaban el tema del Ártico en la edición del 10 de abril de 1907 de la revista Alrededor del Mundo:
La benignidad del clima europeo se debe principalmente a las corrientes templadas del Atlántico, que suben desde el Ecuador. (…) Si se pudiera romper la helada barrera que cierra el paso a la corriente templada del Atlántico, el mar polar se deshelaría y el Canadá y Groenlandia volverían a gozar de un clima benigno.
Todo esto enlazaba con la vieja idea del “océano abierto” que se suponía que podía existir en lo profundo del Ártico, tal como imaginó el oficial de la marina de los Estados Unidos Silas Bent a finales del siglo XIX. Cabe imaginar lo que sucedería en el caso de modificarse a gran escala el delicado equilibrio climático que forma la corriente del Golfo, pero parece que no era algo que preocupara mucho por entonces, sólo las ventajas de conseguir nuevos “imperios árticos” de clima benigno era lo que interesaba. Otra cosa es que fuera posible, algo dudoso y, sin duda, sería toda una llamada a las puertas del desastre.
Sin embargo, la megalomanía climática no se quedaba ahí, las propuestas más arriesgadas y más factibles tenían puesta su mirada en África y en el Mediterráneo, si se podía controlar el estrecho de Gibraltar se abriría un nuevo paraíso a disposición de la vieja Europa. Hubiera sido el sueño colonial definitivo.
La Atlantropa de Herman Sörgel
El proyecto de desecación y control del Mediterráneo, conocido inicialmente como Paneropa y más tarde llamado Atlantropa, alcanzó su mayor desarrollo con el impulso creador del arquitecto alemán Herman Sörgel. La crisis europea posterior a la Primera Guerra Mundial explica este interés, dado que el continente se encontraba hundido tras el conflicto y, sobre todo, Alemania. Para Sörgel, controlar el Mediterráneo podía ser la solución a aquella terrible crisis.
No se trataba de secar el mar por completo, tarea poco menos que de titanes, sino rebajar el nivel del mar alrededor de 200 metros por debajo del actual (unos cien metros en el Mediterráneo occidental y doscientos en el oriental, controlado todo por una gran presa localizada entre Túnez y Sicilia). La principal obra que se necesitaría para llevar a cabo tan impresionante reto sería una gran presa que cerrara la comunicación entre las aguas del Mediterráneo y el Atlántico, controlándose el flujo de agua desde el océano en el estrecho de Gibraltar. De esta forma, se conseguirían nuevas tierras fértiles y una inconmensurable cantidad de energía hidroeléctrica. En el otro extremo el Mediterráneo se construirían también presas de control en el Bósforo y Dardanelos. Los cambios estratégicos que supondría algo así son asombrosos, con un control total del área del Mediterráneo, del transporte de mercancías oceánico desde el índico (el canal de Suez formaría parte del proyecto), así como control total sobre el Mar Negro. Y, por supuesto, los retos ecológicos de algo así también son difíciles de imaginar, pero en esa época no se mencionaban tales “minucias”, aunque el arquitecto alemán afirmaba que sus estudios indicaban que todo iba a ser mejor en el nuevo área continental, incluso el clima. A fin de cuentas, según él, sólo se trataba de recuperar parte de lo que el océano había inundado, o eso es lo que se pensaba por entonces.
La pasión de Sörgel hizo que la idea, en principio asombrosa y digna de la más desbocada fantasía, fuera creciendo poco a poco. Presentado su proyecto en 1927, con un gran dique en el estrecho de Gibraltar de más de treinta kilómetros de longitud, 300 metros de altura y medio kilómetro de anchura, se calculaba que en pocas décadas se hubiera podido recuperar un área de cientos de millones de kilómetros cuadrados de tierra capaz de sustentar a más de 100 millones de personas. Contemplando un mapa que muestre las pretensiones de Sörgel podemos imaginar el levante español magnificado de forma asombrosa, Mallorca unida a Menorca, Córcega unida a Cerdeña, un Adriático cultivable, Sicilia unida a la península Itálica, las islas griegas como gran cordillera elevada sobre gigantescos campos en lo que es gran parte del Egeo y, sobre todo, una gigantesca nueva masa de tierras emergidas en el norte africano, sobre todo entre Libia y Túnez.
El sueño de Sörgel iba a surtir de energía eléctrica gratuita a toda Europa y también sería fuente de alimentos sin fin para el viejo continente, sobre todo para Alemania. De África poco se decía, a fin de cuentas, sólo estaba ahí como fuente de materias primas y poco más. El arquitecto soñaba con un continente en paz, porque dada la magnitud de la obra, todas las naciones se unirían para lograr un objetivo tan beneficioso y, una vez logrado, ya no habría guerras entre europeos. La Gran Guerra había causado tal destrucción, que este tipo de iniciativas se veía con buenos ojos: cualquier cosa con tal de pasar página. Sörgel imaginaba que un proyecto así, que necesitaría de nuevas carreteras, ferrocarriles, nuevas ciudades costeras, puertos y cualquier infraestructura imaginable, uniría tanto al continente durante tantos siglos que todo el mundo olvidaría los conflictos.
A pesar de lograr algunos apoyos en Alemania, prácticamente nadie se tomó en serio la propuesta. Con la llegada de los nazis al poder, la idea se olvidó por completo. Hay quien piensa que encajaba bien con la megalomanía de Hitler, pero la realidad es que el proyecto fue ridiculizado y tampoco ellos lo tomaron en serio. Tras la Segunda Guerra Mundial, Sörgel seguía soñando con Atlantropa, habiendo pasado otra pesadilla como fue el nazismo, pensó de nuevo que su idea podría unir a Europa y al mundo. El sueño terminó abruptamente en la navidad de 1952, cuando el arquitecto falleció al ser arrollado por un automóvil mientras circulaba en bicicleta. Nunca se localizó al vehículo que acabó con su vida.
El mar del Sahara
Atlántropa no sería más que una sombra de lo que iba a ser otro de los grandes anhelos del colonialismo europeo desde finales del siglo XIX: aprovechar el Sáhara. De las mil formas para llevar a cabo ese sueño, fue el mar del desierto la más audaz y, posiblemente, más menos práctica. El mar del Sáhara hubiera consistido en una serie de proyectos de megaingeniería que hubiera anegado grandes extensiones del norte de África, situadas bajo el nivel del mar o próximas e él, partiendo de gigantescos drenajes y presas en el Atlántico y el Mediterráneo. Se planteo así inundar gran parte del desierto libio, del noroeste egipcio y Túnez.
Aunque la idea continuó siendo desarrollada en el siglo XX, fueron sobre todo las publicaciones del geógrafo francés François Elie Roudaire y de su compatriota Ferdinand de Lesseps, quien fue uno de los padres del canal de Suez, las que más predicamento dieron al proyecto. Los estudios de Roudaire proponían crear un gran canal desde el Mediterráneo hasta el interior de Túnez, para inundar así grandes áreas del Sáhara que se encuentran bajo el nivel del mar.
Más allá de lo que proponía con Atlántropa, Sörgel presentó otra idea que ampliaba los planes de Roudelaire y similares: ¿por qué no controlar toda África? Y, así, el delirio llegó al diseño de un plan maestro que controlaría las aguas de los ríos africanos para multiplicar el tamaño del lago Chad hasta convertirlo en un gran mar, compañero de otro similar en el ecuador, el gran mar del Congo.
Nada de esto se ha intentado llevar a la práctica. Si acaso, lo más parecido, aunque sea muy lejanamente, es el proyecto del Gran Río Artificial, desarrollado en Libia en la época de Muamar el Gadafi. Consiste en una red de más de un millar y medio de grandes pozos que explotan un gran acuífero situado bajo el Sáhara, así como una compleja red de tuberías y lagos artificiales. Algunas fuentes consideran esta obra como el más grande proyecto de riego del planeta.
El proyecto de Fernando Gallego
Alejados de las locuras, buscando algo que sea más factible y, sobre todo, menos controvertido, se propusieron en la primera mitad del siglo XX varios proyectos para unir Europa y África a través del estrecho de Gibraltar. Ese sueño sigue vivo hoy día a través de varias ideas pero, si volvemos la vista a la pasada centuria, no cabe duda de que uno de los proyectos más interesantes fue el que propuso el español Fernando Gallego. Natural de Villoria, en Salamanca, este ingeniero civil es recordado por sus audaces proyectos aéreos, como el conocido como “aerogenio”, pero también por haber diseñado una detallada propuesta para unir el estrecho a través de una estructura flotante a modo de tubo anclado al lecho marino. Sobre este personaje, publiqué anteriormente un extenso artículo.
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