Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de abril de 2017.
No cabe duda que Tomás López se hubiera sentido fascinado de haber conocido nuestra época. Para alguien que dedicó su vida a plasmar el conocimiento geográfico sobre laboriosos mapas hechos a mano, la tecnología GPS, los Sistemas de Información Geográfica y la cartografía interactiva que llevamos incluso en nuestro teléfono móvil, hubieran sido todo un tesoro. Aquel voluntarioso sabio, mezcla de artesano y científico, que creó cientos de mapas de tierras españolas y de otras más lejanas que hoy día se consideran objeto de coleccionista, fue uno de nuestros cartógrafos más célebre. Sus libros siguen destilando pasión por la geografía y, cómo no, por la cuantificación y la estadística.
De la mano de López surgieron obras maestras como diversos Atlas de España y Portugal, mapas de lejana Luisiana, mapas africanos, obras cosmográficas, libros sobre la enseñanza de la geografía, algunos tan curiosos como cierto manual para realizar ejercicios geográficos sobre globos terráqueos y otros más lúdicos como cierta cartografía sobre el itinerario de Don Quijote. La suya fue una vida dedicada por completo a la ciencia geográfica y a la cartografía. Tomás López de Vargas Machuca, madrileño nacido en 1730 y fallecido igualmente en la capital española en 1802, desarrolló su actividad a lo largo del siglo XVIII al servicio de la Corona.
Tras estudiar matemáticas, lenguas y letras en el Colegio Imperial de Madrid, y dado su reconocido talento ya desde muy temprano, el joven Tomás marchó a París. Contaba entonces con poco más de veinte años y, en la capital francesa, absorbe con pasión todos los conocimientos geográficos y técnicos que sus maestros, y las grandes bibliotecas, pusieron a su disposición. Y, además, conoce allí a la que se convertirá en su mujer. Aquella no fue una aventura solitaria ni romántica, sino una etapa de pasión por el saber que estuvo muy bien dirigida desde España. El protagonista de todo aquello era el marqués de la Ensenada, que en 1752 decide enviar a cierto grupo de jóvenes talentos a París, con el encargo de que aprovecharan al máximo su estancia para aprender y cultivarse en las artes y las ciencias. De vuelta en su tierra, servirían a los fines del Estado. No era mal trato, cosa que pudieron demostrar, por ejemplo, Manuel Salvador Carmona, que formó parte de aquel grupo, y que terminó por convertirse en uno de los grabadores más solicitados en aquella época de la Ilustración española,además de casarse también con una francesa. Otro de los compañeros del destino de Tomás López más allá de los Pirineos fue Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, que además de cartógrafo y geógrafo, también era excelente grabador.
Terminada su etapa de formación en Francia, convertido ya en un cartógrafo de reconocido prestigio, Tomás regresa a España para hacerse cargo del novísimo Gabinete Geográfico, cuya idea original había sido propuesta por el propio Tomás a Godoy. Se convierte así en cartógrafo del rey Carlos III, un trabajo que desarrollará con pasión incansable. Fruto de su tenacidad son más de doscientos mapas, dibujados y coloreados a mano, partiendo de minuciosos estudios de fuentes geográficas. López creó algunos de los mapas más importantes de su tiempo, referidos sobre todo a las regiones de España. Cabe recordar que el conocimiento del territorio era vital para la Corona y, claro está, el poder tener a mano completos estudios geográficos impresos, acompañados de sus correspondientes mapas, ofrecía nuevas ventajas en el arte de gobernar.
Tomás López, según iba alumbrando cada nuevo mapa, crecía en fama y reconocimiento. Fue tomado en su tiempo como gran intelectual, siendo reconocido miembro de instituciones como la Real Academia de San Fernando, así como de varias Sociedades Económicas de Amigos del País, la Real Academia de Historia y diversas academias de artes y ciencias.
Habrá quien se pregunte por qué sus mapas eran tan importantes y por qué su obra ha perdurado en el tiempo. La respuesta se encuentra en la dedicación al trabajo que llevó a cabo nuestro protagonista. No fue sólo un artesano y científico que llevó a cabo con diligencia las diversas cartografías que le fueron encargadas por la Corona. No, la pasión por la geografía que demostró Tomás López se plasmó en una inmensa obra a la que dedicó cerca de tres décadas de minucioso estudio. No tuvo ayuda, nadie le obligó a hacer algo así y, sin embargo, el que pasó a llamarse como Atlas geográfico de España es una obra inmensa y asombrosa que todavía nos llena de emoción. Como obra de cartografía administrativa de su tiempo no tuvo rival en todo el siglo XVIII. Nos han llegado sus notas acerca de las divisiones jurisdiccionales, las poblaciones, los accidentes geográficos… miles de anotaciones que, convertidos en coloridos mapas, dieron forma a una obra vital para conocer la España de su tiempo. Ahora bien, de esos dos centenares de mapas producidos en vida, no había sido mucho lo que el gran público había podido conocer. Léase por “gran público” a aquellas personas ilustradas que podían tener la fortuna de entender mapas y, cómo no, poder comprar un Atlas. Los hijos de Tomás López, que también fueron geógrafos, decidieron dar vida a ese Atlas al poco de la muerte del insigne cartógrafo. Nunca antes se había comercializado una obra de estas características en España, por lo que la novedad fue acogida con entusiasmo, tal es así que aquella colección que reunía los mejores mapas de provincias españolas de su época tuvo que ser reeditado en diversas ocasiones.
La belleza y minuciosidad de estos mapas no tiene nada que envidiar a la cartografía francesa contemporánea, que era considerada como imbatible por entonces. La Academia de Ciencias de París llevaba siendo, desde su creación en 1666, el centro de conocimiento científico más puntero, siendo especialmente pródigo en lo que a producción cartográfica y conocimiento geográfico se trataba. A esto se unía el hecho de poder contar con una ingente fuente de datos cartográficos de primer nivel procedente de las expediciones que Francia llevaba a cabo por todo el planeta. De ese empeño por describir el mundo de forma racional surgieron todo tipo de nuevas técnicas geodésicas, topográficas y cartográficas. De todo esto no extrañará que el inteligente marqués de la Ensenada hubiera decidido enviar a aquellos jóvenes prometedores a París, con la intención de que a su vuelta sirvieran para crear mapas destinados a un mejor gobierno de los diversos territorios españoles. Aquellos jóvenes que aprendieron matemáticas, geografía y técnicas de grabado, fueron quienes dieron forma a ese conocimiento sobre papel, unos mapas convertidos en un auténtico arsenal disponible para gestores de política fiscal y de obra pública. Tomás López, como alumno aventajado de su gran maestro francés, Jean Baptiste Bourguignon d’Anville, no sólo supo aprovechar su estancia de casi una década en París, sino que mejoró técnicas y procedimientos con sabores propios de su cosecha.
El bagaje geográfico, artístico y matemático de Tomás López era envidiable, pero si se observan bien sus mapas, podremos observar que no eran muy exactos, no al menos comparados con obras posteriores. Es el precio a pagar cuando eres el primero en hacer algo y apenas cuentas con medios. Bien, al mando del Gabinete Geográfico pudo contar con una ingente cantidad de información acumulada durante largo tiempo, pero todo aquello debía ser ordenado, normalizado y convertido en representaciones más o menos realistas, en definitiva, debía crear detallados mapas de las tierras españolas allá donde no había apenas cartografía anterior de calidad. Por ello, y también debido a la imprecisión de algunos de sus métodos, no debe restarse mérito a lo que se convirtió en un esfuerzo personal, todo un empeño que dio forma al primer Atlas de España que fue un digno precedente del mucho más perfeccionado proyecto del “Atlas de España y sus posesiones de ultramar” que, mucho después, en 1856, alumbraría otro cartógrafo genial: Francisco Coello.
La vida de Tomás López giró en torno a los mapas. No sólo se dedicó a cumplir con los encargos oficiales que le llegaban al Gabinete Geográfico, sino que creó incluso su propia editorial, aquella que fue continuada por sus hijos, en la que vendía mapas diseñados por él mismo a todo tipo de clientes, desde comerciantes a viajeros, políticos y religiosos. Con esa editorial, más bien un taller de composición de obras cartográficas y libros a medio camino entre una imprenta y un estudio de diseño “moderno”, dio a conocer también sus libros para el aprendizaje geográfico y sus mapas lúdicos. Debido a las imprecisiones presentes en sus mapas, la obra de Tomás López, más allá del éxito popular que tuvo en vida y en las décadas cercanas a su muerte, fue tratada con dureza por cartógrafos e historiadores posteriores. Ese tratamiento hizo que fuera menospreciado durante largo tiempo por ser un simple “cartógrafo de gabinete” que nunca hizo un levantamiento de campo pero, sin duda, la pasión con la que aquel voluntarioso artesano-científico dio vida a sus mapas y, sobre todo, su labor como padre del primer Atlas de España, merece buen recuerdo.
Atlas de España, de Tomás López.
Tomás López, el cartógrafo incansable apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 28 Abril 2017.
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