Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de febrero de 2017.
Según noticias comunicadas de Villoria, en las pruebas realizadas durante los meses del pasado verano, el ingeniero Sr. Gallego Herrera, en un segundo modelo del aparato de su invención, y una vez vencidas ciertas dificultades del equilibrio y corregidos bastantes detalles, ha conseguido la realización del despegue vertical, obteniendo una fuerza ascencional muy superior al propio peso. En nuevo modelo del aparato volador significa la creación en el campo de la aeronáutica de un sistema totalmente distingo de los conocidos aeroplanos, o helicópteros, tan original que, propiamente hablando, carece de planos, hélice, timones y cola.
De una notica publicada en el Heraldo de Madrid,
23 de noviembre de 1935.
Una vida de leyenda
En ocasiones sorprende cómo ciertas figuras que brillaron con especial intensidad en su época, han sido completamente olvidadas. Desconocía por completo la figura que nos ocupa en estas letras hasta que, por casualidades de la vida, cierta llamada telefónica de José Carlos González y el posterior material recopilado de diversas fuentes, entre ellas lo hallado por Alfredo Moralejo, me iluminó el camino para glosar la figura del increíble Fernando Gallego Herrera. Con lo que aquí voy a mencionar no se hace sino rascar la superficie de una apasionante vida de ciencia y aventuras, digna de una novela de acción. Fernando, genio olvidado prototípico, reposa hoy en el cementerio de Logroño junto a su esposa, Humildad, en la que sin duda es una de las tumbas más sobresalientes de ese lugar. Construido por él mismo, su lugar de reposo constituye un repaso a su vida y su enigma pues, entre símbolos misteriosos y formas de inspiración egipcia y modernista, se alza ante la vista de los visitantes un impresionante panteón que guarda muchos secretos simbólicos.
Fernando, a quien llamaban “el ruso” en Logroño durante sus últimos años debido al curioso gorro de astracán con el que paseaba en los días invernales, acompañado en ocasiones de un leopardo atado a una cadena dorada, nació en la salmantina localidad de Villoria el 14 de febrero de 1901 y falleció el 10 de junio de 1973 en Pamplona. En esas siete décadas de vida alumbró conceptos y proyectos que dejan pasmado a cualquiera. Realizó los primeros estudios en su Villoria natal, pasando más tarde a estudiar en el colegio de Calatrava en Salamanca. Era tan bueno en los estudios, que rompió todas las escalas y… ¡tuvieron que crear un premio especial por sus logros académicos! En Madrid estudió en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, logrando las mejores calificaciones y el Premio Escalona al ser el primero de su promoción. Siendo ingeniero recién titulado, en 1926, comienza a recibir encargos de gran importancia que logra superar con eficacia sin igual. Trabaja en el diseño de la Estación de Francia en Barcelona, y en las obras del Metropolitano. Por si esto fuera poco, estudia posteriormente Derecho en la Universidad Central de Madrid, aprende cuatro idiomas y obtiene el título de piloto de aviación en julio de 1936.
Por esa época presenta su proyecto de avión de despegue vertical o “Aerogenio” y su plan para unir las dos orillas del estrecho de Gibraltar a través de un túnel flotante submarino. Como en tantas otras ocasiones, la Guerra Civil cortó de raíz sus sueños, pasando cuatro meses escondido en un pajar en Villoria a la espera de un permiso y protección del Gobierno de los Estados Unidos, un apoyo que posteriormente le salvó de la prisión o el exilio forzado. Sin embargo, en 1941 fue depurado por el gobierno franquista, debiendo abandonar su puesto en la Dirección General de Obras Hidráulicas. De lo que era una negra situación, Fernando logra salir gracias a que decide viajar por todo el planeta ofreciendo sus servicios como ingeniero civil. Su fama por entonces ya era grande, lo que le permite trabajar en grandes obras en Estados Unidos, Japón, Filipinas, India, Siria, Turquía, Gran Bretaña, Italia y, cómo no, Egipto. Lo de este país africano es más que una anécdota. Para Fernando su estancia en el país del Nilo le deja marcado para siempre, tal y como puede verse por el simbolismo egipcio presente en su tumba. Allá trabajó en las obras de la presa de Asuán a principios de los sesenta. Su éxito hace que le llamen de Estados Unidos y de Rusia, en plena Guerra Fría, confiando en él los dos bandos enfrentados por la supremacía mundial. Innovó en ingeniería civil con su idea del puente de arco funicular, así como con un sistema de vigas empotradas en los muros y un método de cimientos de gravedad invertida o de flotación, que fue el principio en el que basó su idea para el túnel flotante que permitiría salvar todo tipo de accidentes geográficos marinos.
Por si todo esto fuera poco, sus patentes habían sido vitales en la construcción de las estructuras que facilitaron el desembarco de las tropas aliadas en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial, aunque los británicos no reconocieron esa aportación. Además de en Asuán, también participó en los años sesenta en la modernización del canal de Panamá. Tras esto, regresa a España, concretamente a Logroño, viviendo en Villa Humildad, su postrero hogar, lugar dotado de un ingenioso sistema de pilares autónomos también inventado por él.
Una de sus invenciones más sobresalientes, y que encontró predicamento entre los ingenieros civiles, fue cierto concepto aplicado a la construcción de puentes. Gallego había observado que la construcción de puentes a principios del siglo XX, como por ejemplo con el sistema de “arco tirante”, requería de armaduras muy caras capaces de resistir las cargas. En 1928 ideó su sistema, al que llamó “arco funicular”, que permitía construir puentes resistentes con un menor coste, al poder ahorrarse gran cantidad de materiales. El método consistía en estirar las vigas totalmente con la carga sobre ellas para evitar la flexión inversa del hormigón y la aparición de grietas en la porción central.
Construyó una gran maqueta para probar el concepto, que luego pasó a aplicar a un puente en su Villoria natal, en un proyecto en el que trabajaron obreros de la localidad.
Uniendo dos continentes
En el punto más estrecho entre Europa y África, el estrecho de Gibraltar cuenta con unos 14,4 kilómetros de aguas que hay que sortear para saltar de un continente a otro, entre España y Marruecos. La profundidad a la que llegan estas aguas varía de los 300 a los cerca de 900 metros y todo esto, junto con lo peligroso de sus corrientes y el ser actualmente una de las vías de comunicación marítima más concurridas del mundo, hace que cualquier sueño de construir un puente o un túnel en el estrecho se convierta en algo muy complicado. Se trata de todo un reto a la ingeniería, la economía y la política, en uno de los puntos estratégicos de mayor importancia a nivel mundial.
Aunque nunca ha pasado de una fase de estudio más o menos detallada y de pruebas iniciales de concepto, la idea de construir algún elemento artificial capaz de sortear el estrecho viene de muy lejos. En 1869, por ejemplo, el ingeniero francés Laurent de Villedeuille presentó un proyecto de túnel que llegó a ser estudiado por el gobierno español. La idea de unir ambas orillas de las Columnas de Hércules tuvo muchos continuadores posteriormente, con diversas propuestas, casi siempre pensando en un túnel, o bien con proyectos de tipo puente, cuya primera muestra data de 1956 con el proyecto presentado por el ingeniero español Alfonso Peña Boeuf. Curiosamente, fue el propio Boeuf quien, siendo Ministro de Fomento, se encargó de ejecutar el expediente de depuración por el que se separaba a Gallego de su empleo público como ingeniero civil.
Entre las numerosas propuestas lanzadas a modo de apuesta para conseguir el objetivo de unir ambas orillas del estrecho, brilla por su audacia la presentada por nuestro protagonista. Fernando Gallego diseñó un minucioso plan en 1928 que venía a ser una especia de puente, pero sin peso propio, algo que muchos años más tarde ha servido de inspiración en diversas infraestructuras de importancia en todo el mundo. El concepto se basaba en la idea del tubo sumergido. Tal como refería la prensa a principios de los treinta, el proyecto llamó mucho la atención y se veía como algo realizable. En la revista África, número de enero de 1930, se mencionaba cierta visita de Gallego al norte del vecino continente para abordar el asunto, en una época en la que parecía que el proyecto iba a poder realizarse realmente:
…una conferencia sobre el proyecto de enlace por auto y ferrocarril entre las dos orillas del estrecho estará a cargo del ingeniero de caminos don Fernando Gallego Herrera. La personalidad científica de este ingeniero es muy conocida en los medios españoles y, también y muy particularmente, en los del extranjero. El señor Gallego, como ya comentamos en ocasión de su primera visita a Marruecos, relacionada con este mismo asunto, es autor de un proyecto de enlace de España y África. (…) Este proyecto consiste en la construcción de un verdadero tubo que irá situado a unos veinte metros de profundidad, capaz para doble vía de ferrocarril, una gran pista para automóviles y andenes de peatones. La justificación técnica respecto a la posibilidad realizable de la idea ha merecido la aprobación de los organismos competentes. El señor Gallego es autor de siete proyectos parecidos de comunicación relativos a pasos situados en distintos países. Uno se refiere a la comunicación bajo el río Hudson, que mereció comentarios muy detenidos y altamente elogiosos de la prensa neoyorquina.
Ciertamente, diversos proyectos similares fueron abordados con el tiempo por Fernando Gallego, entre ellos se encontraban la unión entre Brooklyn y Staten Island, en Nueva York, o las conexiones entre Lisboa y Almada sobre el Tajo, la unión de Inglaterra y Francia por el Canal de la Mancha o de Dinamarca con Suecia. Nuestro ingeniero llegó a estudiar el caso de construcción de un tubo submarino en el Bósforo. En cualquier caso, todos estos proyectos, mencionados con cierta profusión en la prensa de todo el mundo, hicieron que su fama como ingeniero de gran competencia creciera rápidamente, lo que finalmente le llevó a ser consultado y contratado por parte de empresas y gobiernos de diversos países como ingeniero civil.
A pesar de no haber logrado pasar nunca a la acción, siempre con buenas palabras desde el lado oficial pero poco más, Fernando Gallego no dejó de perfeccionar la idea el resto de su vida. Desde que lograra la patente de 1928 para su “sistema de cimientos de gravedad invertida o de flotación”, que fue la base para redactar su anteproyecto de tubo bajo el estrecho de Gibraltar, el ingeniero nunca olvidó esa técnica y pasó a aplicar su sistema a diversos lugares del mundo. Con el paso del tiempo fue la inspiración de muchos ingenieros a la hora de abordar problemas similares. El tubo bajo el estrecho era un verdadero puente sumergido, anclado en el fondo marino por medio de cables. Tal y como afirmaba Gallego, “el peso propio de la construcción es no solamente nulo, sino negativo. La fuerza centrífuga contrarresta con un coeficiente de margen la de gravedad, de tal forma que los pesos de vehículos y sobrecargas de todo género no solamente no la fatigan, sino que la alivian y la resistencia estructural en cimientos, cables y túneles queda automáticamente probada durante la ejecución de la obra”.
El mencionado tubo que se proponía debía sumergirse a unos 20 metros de profundidad, estaría dotado de sección ovalada de 26 metros de ancho y 18,50 metros de alto, con lo que podría contener dos vías de ferrocarril y dos calzadas para automóvil. El tubo submarino se extendería entre Punta Acebuche en Cádiz y Punta Blanca en Marruecos. En total, una gigantesca obra con 15 kilómetros de longitud compuesta por 75 segmentos de 200 metros cada uno, anclados al fondo marino por medio de cables unidos a cuerpos muertos de hormigón armado de titánico tamaño. Bien, todo espectacular pero, ¿qué ventajas tendría algo así sobre un túnel clásico o un puente de gran tamaño? El propio Gallego Herrera mencionaba que con un tubo submarino de ese tipo se podrían salvar luces de cualquier tamaño, independientemente de la profundidad del estrecho o canal a superar. Además, la cimentación debía ser sencilla y relativamente económica. El conjunto sería fácil de mantener, rápido de construir y todas las unidades o segmentos quedarían probados automáticamente al ponerse en carga. Al ser una estructura oculta y sumergida, no se entorpecería la navegación de superficie, con lo que los buques mercantes no sufrirían ningún contratiempo con su presencia.
Todo el proyecto, minuciosamente planificado por nuestro ingeniero, se adelantaba décadas a su tiempo, pues no sería hasta finales del siglo XX cuando la tecnología de materiales pudo por fin llegar a la altura de este sueño. Se mencionó que era un proyecto inseguro, que sería incapaz de superar la tensión provocada por las corrientes del estrecho pero, hoy día, con nuestros materiales y técnicas más actuales, un proyecto así podría ser factible.
El increíble “Aerogenio”
Si fascinante fue el proyecto de unión del estrecho de Gibraltar, no menos asombroso fue la incursión de Fernando Gallego en el mundo de la aviación. Recordemos que nuestro protagonista no fue únicamente ingeniero civil, sino que también fue piloto, llegando a intentar dar la vuelta al mundo en avión en 1942, volando en un viaje en varios aviones comerciales con veinticinco escalas, que no pudo completar del todo por estar el Pacífico en Guerra. Por ello, no extrañará que, alguien dotado de tal capacidad inventiva y de cálculo decidiera aportar algo muy adelantado a su época al mundo de la aviación. En esta ocasión se adelantó demasiado, todo hay que decirlo, porque su sueño consistía en construir naves volantes capaces de despegar y aterrizar verticalmente, tal y como hacen hoy día muchos cazas de combate como el célebre Harrier Jump Jet o el futurista Lockheed Martin F-35 Lightning II.
Todo comenzó en 1932, al menos oficialmente, con cierta patente, aunque la idea llevaba rondando la cabeza de nuestro genio desde hacía mucho tiempo. En mayo del citado año vio la luz la patente española número 125936 sobre “Un sistema de aparato de vuelo por aire comprimido” (en total consiguió tres patentes relacionadas con este concepto, algunas de ellas también registradas en el extranjero). Para abreviar, Fernando llamaba a su aparato como “Aerogenio”. Construyó tres prototipos, todos ellos muy diferentes a los aviones de su época. Movido por aire comprimido gracias a un gran motor de diez cilindros y casi cien caballos de potencia, el primer prototipo llamó mucho la atención y periodistas y curiosos se acercaron a Villoria para contemplar las pruebas. Claro que, hubo quien en Madrid pensó que la invitación a ver la demostración era algo un tanto irrealizable por lo “lejos” que quedaba el lugar y lo extraño del asunto, tal y como cierto periodista del Heraldo de Madrid mencionó con sorna en la edición impresa de ese periódico el 4 de mayo de 1933: “Lo que hay que hacer es mandar con la invitación, que desde luego agradecemos, uno de esos aparatos de aire comprimido para hacer el viajecito…”
Por desgracia, la primera prueba del “Aerogenio” no tuvo buena fortuna aunque, según varios testigos, en las pruebas del segundo aparato sí se logró cierto éxito, sin quedar claro el grado de cumplimiento que logró alcanzarse. La primera nave, prácticamente un ala volante de gran tamaño, debía elevarse verticalmente en el aire y, en teoría, abriría el mundo de los vuelos intercontinentales a través de la estratosfera a la humanidad. Esa era la intención de Gallego, pero todo terminó con el incendio del primer modelo construido con metal, tela y madera y el fracaso de los dos posteriores. En realidad, el ingeniero sabía que el aparato no podría realizar lo que soñaba, más que nada porque era demasiado pesado y no estaba dotado de un motor adecuado para su función. Con una turbina de gas y materiales actuales bien podría haberlo hecho, era un aparato creado pensando en el futuro, pues en su patente original el ingeniero deja claro que pretende emplear un concepto de mecánica de fluidos como es el de la capa límite de forma novedosa por entonces y que chocaba con las limitaciones de no contar con los materiales adecuados para ser llevada a cabo de forma óptima:
…nuestro sistema se basa (…) en una vena o lámina de aire, saliendo rasante a una superficie de forma cualquiera, que se adapta a esa superficie, envolviéndola y determinando una depresión sobre ella.
Fernando Gallego Herrera, el asombroso genio olvidado apareció originalmente en Tecnología Obsoleta, 28 Febrero 2017.
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